Qué poca paranoia

Crítica de "Disturbia" de D.J. Caruso, 2007.

La historia de este cuento es ya conocida. La refieren los padres a sus hijos para transmitirles una enseñanza moral. Un poco aderezada con mi propia invención y si la memoria no me falla mucho, se cuenta que un día el bueno de Pedro, un niño de escasos diez años que vivía en un pueblo de campesinos atemorizados por la asechanza constante de un lobo feroz, el villano, que siempre intentaba atacar los rebaños de ovejas de los pobladores, curioso, travieso y juguetón, solía anunciar a voz en cuello por toda la plaza del pueblo que ahí venía el lobo; la gente se asustaba y salía a las calles a esperarlo rifle en mano, pero la alarma de Pedro solía ser falsa y juiciosa. A la larga la gente se cansó de caer en las mentiras de Pedro. Así un día el lobo entró al pueblo y comió cuenta oveja le permitió la generosa oportunidad, por más que Pedro jurara por todos los recovecos que ahora sí era verdad, toda la verdad, ahí estaba ya el lobo.

“Paranoia”, anunciada como la versión para jóvenes de “La ventana indiscreta” de Hitchcock, so pretexto de mostrarles a las nuevas generaciones las historias que solían proyectarse en la época dorada de Hollywood, tiene muy poco de ésta y más de “Pedro y el lobo”, pero sin la enseñanza moral ni la ternura que caracteriza a los cuentos infantiles. Tampoco tiene la trama inteligente y bien contada de la obra de Hitchcock. Es, a lo mucho, heredera de Wes Craven, de la sagas “Scream”, “Halloween” y “Sé lo que hicieron el verano pasado”, con fórmula gastada y floja, sin relevancias. Y lo más triste, sin “sustitos”. El protagonista es un joven norteamericano adolescente de los suburbios de una ciudad tejana, quien es obligado a vivir encerrado en su casa durante las vacaciones por una orden de arraigo por golpear a su profesor que, a diferencia del fotógrafo profesional de paisajes fracturado de una pierna y por ello conocedor de todo dispositivo de dispositivos de óptica y que nunca sale de su departamento, éste conoce y se vale de todo tipo de gadgets para espiar y vigilar a sus vecinos que posee nada más porque sí: computador de última generación, telefonía celular con tecnología 3G, iPod, cámara de video de avanzada, transmisor de señales de radio, etc., sin olvidar al objeto de su afecto: una típica vecina adolescente norteamericana de angelical rostro. Hilvanando las noticias sobre un asesino serial que convenientemente resulta ser su vecino, alarma a familiares y amigos sobre la peligrosidad de aquel hombre que vive solo en su mansión al otro la de la verja. Problemático y sentenciado, pocos acceden a creerle. Es el Pedro del cuento, que jura que ahí está el lobo. Sin embargo, a pesar de querer adaptar con mucha fuerza a “La ventana indiscreta”, la película decae en situaciones típicas de películas para adolescentes, valiéndose de un personaje chusco además, que rompe con la poca o nula tensión dramática del film noir cuando se trata de desenmascarar al malo de la película. Presente además un villano poco trazado, presentado como un personaje hueco que sólo mata mujeres y que no se logra dimensionar a partir de las conclusiones que haya podido hacer el protagonista de tanto observarlo: un Hannibal Lecter vacío y mecánico, como un payaso que de repente sale en “La casa de los sustos” de cualquier feria de pueblo.

Cuando Pedro cree tener al lobo acorralado, los policías no le creen. Pedro ha salido de su casa y violado la orden de arraigo. Pero el lobo ya se ha comido a unas cuentas ovejas. Y en el final feliz, Pedro mata al lobo. Muerto el lobo, Pedro perdonado. Final del cuento.



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