Bored: un día de domingo
Si comienzo afirmando que para Melville el blanco representaba una amenaza, y que llegó a redefinir ‘el color de la paz’ en un tremendo ensayo incluido como pieza de relojería dentro de su novela Moby Dick, tal vez sonaría como uno de esos escribidores literatos wannabes. ¿Y para qué suelto toda aquella perorata agregando que Cormac McCarthy retomaría la idea melvilliana para perfilar el que quizá sea el villano/monstruo/golem/diablo más inquietante de la más actual de la literatura sino es para veniros a contar cuánto es el miedo que llega uno a sentir frente a la hoja vacía del Word? Acerco mis dedos al teclado como los de un alpinista en apuros suspendido en el abismo por una afilada saliente rocosa: aquel oscuro vacío. Parecería que no tengo problemas, puesto que usted ya ha leído una buena porción, pero le confieso que no tengo ahora un tema. No sería la primera vez. Lo diferente es que ahora no me esfuerzo lo más mínimo por ‘trabajar las frases’. La hoja sigue estando en blanco, si hacemos un balance de lo escrito/leído aquí. No tengo ninguna idea a desarrollar. Ninguna historia por contar, ninguna opinión literaria ni cinéfila. No tengo ánimos para denostar a ninguna obra o escritor (cosa que he lamentado cuando lo he hecho), ni recomendarles obra de ningún tipo o género. Tampoco vengo a contaros mis amarguras y desalientos, ni a haceros partícipes de mis rabietas y desfiguros, como acá y acá. Les ahorraré todo lo desagradable y escatológico que suelen escribir los blogueros y en cambio les ofrezco nada más que no sea aburrimiento total.
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“Era como ver un parto”, exclamó un personaje de las Palabras Perdidas de Jesús Díaz, al ver a otro de los personajes pergeñando un texto que pretendía conciliar a la narrativa con la poesía, pero ironizando sobre el esfuerzo sobrehumano que representó para el escritor ‘dar a luz’ su creación. ¡Debió ser de una vitalidad envidiable, no escribir ese texto ficticio, sino toda la novela en sí misma! Justo ahora me acuerdo de Carlos Fuentes. Me acuerdo de Carlos Fuentes escribiendo el monólogo-introducción de Ixca Cienfuegos, soltando una frase enigmática tras otra, y con incipit tan fácil, sí, fácil de escribir como “Me llamo Ixca Cienfuegos”, pero significativo como detonador de un acto de escribir incendiario. También no puedo olvidarme de Reinaldo Arenas, otro entusiasta, quien tuvo que inmolarse para soltar las letras. Aún con una bota del autoritarismo metida en el culo y la otra bota de la represión en la boca, escribió, escribió en las más insólitas condiciones de aislamiento, pobreza, seguridad. Me acuerdo de Reinaldo en una silla de madera despintada, violando una máquina de escribir, recluido en una ratonera de paredes desconchadas con la brisa habanera entrando lánguidamente por una ventana. Allí, tecleando el rabioso discurso de Héctor en Otra vez el mar. Cuánta furia, cuántas ganas de contarle a –en ese tiempo- un público desconocido, un público que tenía ninguna oportunidad de existir. Pero él, sin embargo, escribió y reescribió su novela. O cómo no acordarse de la nicótica gestación de Los detectives salvajes. Es decir, cómo olvidar a Roberto Bolaño, con su contrato vital expirado en una mano y con la otra maquinando la más dulce de las venganzas literarias. ¿Me voy a morir? Qué va, para el chileno, estar consciente de eso, fue apenas la chispa que incendió la yesca de la creación literaria. ¿Me detengo, releo o reescribo alguna frase atonal, mal hecha? No en Bolaño. Nada lo arredró. Y si sobró tiempo para una novela monumental, ¿por qué no otra? Cómo no acordarse de Bolaño que parió dos gruesos ladrillos justo antes de despedirse de un público que sí lo conocía.
Hoy temprano por la mañana me levanté con uno de los intestinos desafinados. No sabría decir si el grueso o el delgado, pero ya sabemos qué música produce una orquesta desafinada. A medio día retomé la lectura de Tom Wolfe. Domingo. Aunque suene extraño, no suelo leer mucho en domingo. El año pasado salía de casa en este día. Pero hay ningún plan para salir. La cartelera del cine resultó ser pésima. Nada que ver en el cine. Regresar a Tom Wolfe. ¿Algo en la computadora? Otro capítulo de The Sopranos. ¿Amigos conectados? Una, que se despide rápidamente después de un cordial saludo. ¿Qué estará haciendo I.P., y si le mando un mensaje? Se lo envió pero no contesta. ¿Qué hay en los blogs? Lo habitual que ya llega a ser aburrido. ¿Algo en los más de mil canales en la TV por cable? Un documental japonés de los noventas sobre construcción de puentes, musicalizado por teclados Casio. No. Después de comer un pescado en caldo de tomate y epazote, retomar a Tom Wolfe (Todo un hombre). Caigo en la cuenta cuánto hay de Wolfe en el guión de The Sopranos. Me digo que sería bueno investigar alguna liga. ¿Y qué hay en internet? Reviso en mi teléfono celular alguna novedad. En FB Letras Libres ha dejado un link: Letras Libres vs. La jornada. Interesante. Lo leo. Vaya, me digo, La Jornada ligada con los etas; no sería raro. Retomo a Tom Wolfe. Termino un capítulo y avanzo la mitad de otro, y lo dejo. Hoy es domingo y en domingo solía salir, sí, a las librerías y los revisteros de la plaza comercial. Recuerdo que, después de todo y después de J. (y después de toda la destrucción que causó ese aerolito), he terminado igual que hace un año, igual que hace de años, o mejor, igual que siempre: solo. Se me viene a la mente que desde Nueva York y el sureste no he escrito ficción. Dos meses y medio atrás, sin contar una reseña de cine desangelada. Parece que el No de La palabra y el hombre tuvo el mismo efecto de cuando me negaron la beca Pronabes. No sé si se debe agradecer una nota de rechazo, pero no puedo negar la cortesía, muy al contrario de Tierra Adentro. Dejo a Tom Wolfe y me decido por enfrentarme al fantasma blanco. ¿Lo esquivo? ¿Lo afrento? No lo sé. Pero si he escrito este post es para dejar en claro mi admiración por todos aquellos que han tenido algo, algo que me ha faltado para escribir como se debe: dedicación, dedicación, dedicación, fuerza, odio, furia, huevos…
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Ayer leí el texto de una presentación de un poemario ganador de un importante premio literario nacional. No tengo la fortuna de conocer al autor en persona. Sólo lo conozco por sus textos y las conversaciones vía chat, TT y FB que he sostenido con él. Fui, más bien, el privilegiado primer lector. Tal ha sido la intimidad entre ambos que ha tenido esa cortesía conmigo. Me pregunto, ¿qué mérito tengo para ese honor? Cuando me preguntó qué opinaba, me contuve de decirle lo mucho que envidiaba y envidio su facilidad para escribir. No parece tener algún conflicto a lo hora de ir hilvanando el telar. Y que lo que más celebro de él es su encanto a veces juguetón: siempre me sorprende a la vuelta del punto y seguido. Y aunque él tiene un característica especial (hacer sexy sus textos utilizando ciertos adjetivos sexuales), he notado que los estudiantes de letras son hábiles para manejar la prosa, utilizar recursos, como las figuras literarias, la variedad de sinónimos y toda esa riqueza que un iniciado como yo carece. Tanto él, Oikión (autor de este texto y todos los suyos acá), como otros conocidos, Albores, Poblete y Bustamante (acá y acá en sus blogs, abandonados, respectivamente y el último por acá), y al que incluiría al joven ensayista Peón Íñiguez (de los cuatro, he conocido más a Albores), todos ellos jóvenes, más jóvenes que yo, y a los que les he podido leer algo de su producción y que he admirado por sus ensayos, post o ficciones (en especial al muy enigmático Poblete). Lástima que no todos sean constantes en poner lo que escriben en internet. Y que tampoco, salvo Peón Íñiguez y Oikión, tenga un merecido lugar en las publicaciones nacionales. ¡Cuánto autorcito de relleno hay en La Tempestad, Letras Libres y Nexos! Espero que constituyan el reemplazo definitivo de la malísima generación de escritores nacidos en los setentas, de los que sólo son rescatables un puñado de ellos, y que sepulten en definitiva al Crack (esa farsa).
Ayer fue sábado. Lo remarco: sábado. Y aunque según Las Escrituras el sabbath es y debe ser sagrado, yo trabajé. La semana y media pasada no me alcanzó para terminar el plano en el que llevo más de un mes trabajando. Debo admitir que como ingeniero el dibujo de planos en AutoCAD es lo que más he asimilado. Creo tener la facilidad y la paciencia, y según me han dicho, dibujo bien. En el argot del dibujo técnico se le llama ‘tirar líneas’ a dibujar. Dado que no soy arquitecto sino in ingeniero, me limito a tirar las líneas sobre el fondo negro que es la pantalla de trabajo del software. Y parece que me es más fácil tirar líneas sobre el fondo negro que sobre el blanco. He considerado completar lo que sé de ingeniería con algún curso de arquitectura. Tal vez los pocos libros leídos constituyan una buena base para la inventiva y la imaginación. ¿Me estoy engañando? Mi futuro como escribidor es casi nulo, y no pienso escribir sobre mí mismo todo el tiempo. Así que probar suerte con los espacios sea bueno. Es incierto. Tendría que irme vivir a una ciudad donde se valore la arquitectura. Este puerto no destaca como un epicentro de ninguna vanguardia arquitectónica. ¡Qué ciegos los alcalduchos que han pasado, que sólo se limitan con ofrecer playas y ruinas a los turistas! O tal vez me estoy engañando. He querido escribir un largo ensayo en donde trate de responder si dibujar, ‘tirar líneas’, equivaldría a escribir. Salvo por los cuadros que dibujo por casas, llegué a la conclusión que hasta ahora mis planos equivalen a redactar el manual de instrucciones de un control remoto. Lo cierto es que este proyecto de casa me consumió todas las energía, inclusive las creativas. Y a pesar de todo, el proyecto no destacará por ninguna característica en especial: será igual a cualquier casa de fraccionamiento, tan diferente como un control remoto pueda serlo a otro. Desde que retomé el casco y las botas de trabajo (es decir, la ingeniería), no recuerdo dónde dejé esos proyectos literarios. Y si no fuera por Melchor, quién me avisó que Replicante dedicaría un número al sureste mexicano, habría llegado a este 2011 sin nada qué escribir. Aún lamento lo corto de tiempo que tuve para revisar la crónica. Pero no me puedo quejar: tengo mi primer texto publicado. ¿Y después qué? La triste realidad: a trabajar como esclavo de uno mismo.
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Mientras esto que usted lee va saliendo Oikión me informa vía chat que la presentación del poemario premiado fue todo un éxito. ¡Y cómo no, si lo presentó en Bellas Artes! Le dije que lamentaba no estar allá para escuchar de viva voz su presentación. Tal vez sea lo peor de todo. Que me vine a vivir al peor de los lugares, a un pozo. Lejos de toda influencia y lejos de los que pueda mantener una rica retroalimentación. ¿De qué vive cualquier creador, escritor o arquitecto, sino es de la interacción que mantiene con sus semejantes, sean estos vivos o muertos? Por eso me agradaba mi penthouse en aquella ciudad, donde aún vive I.P. Después del trabajo que tenía en la constructora solíamos ir a un café, o recorrer las librerías. Pero renuncié a aquel trabajo de oficinista asalariado para tener uno de freelance. Error. Ya no soy dueño ni de mi propio tiempo.
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