Mis fracasos

Hablaré sobre mis fracasos, o uno de ellos. En los primeros meses del año 2008 tenía casi el mismo trabajo que tengo ahora y vivía en un cuarto compartido que rentaba en el centro de Xalapa. Durante la primera mitad de ese año, más específicamente de enero a abril, pregonaba a todos los vientos que yo quería irme a estudiar una maestría, con el plus de quejarme sobre el nulo tiempo suficiente y disponible para dedicarme a la preparación pertinente para presentar los exámenes de ingreso, de ley y muy rigurosos. Eso por un lado. Le decía a todos, conocidos y desconocidos, que era lo que más me convenía, pero, en el fondo, lo que más me lastimaba era la falta total de privacidad, la impotencia por no tener tiempo para leer (ya ni digamos tiempo libre) y mi total fracaso como escritor, que hasta la fecha que refiero, no había sido capaz de producir una pieza que pudiera llamarse literatura ni mucho menos digna, y por las mismas causa: falta de tiempo y nula privacidad. No sólo añoraba vivir en un cuarto para mí sólo, como estoy acostumbrado, como hijo único que soy, y además contar con por lo menos una hora más al día con la que pudiera dedicarme a los cuentos que intentaba escribir. Contando con la auténtica desesperación que todo escritor siente cuando quiere pero no puede, intenté dar solución a la intensa necesidad escribiendo en una libreta, o en los fines de semana, pero, como es natural, los esfuerzos fueron en vano, apenas tenía ya algunos párrafos y la urgencia de terminar podía más que la dedicación y observancia que toda creación literaria exige por derecho propio.

Así articulé, cual tartamudo, primeras versiones de ideas que buscaban un cauce al exterior, o para decirlo de otra forma más entendible, eché a perder buenas ideas con desarrollos torpes y personajes de cartón, las más de las veces. Así que, pretextando la necesidad de estudiar para la maestría a la que tanto decía querer ingresar, una mañana me presenté en el trabajo y anuncié a mi jefe que tal día sería el último que ahí laboraba porque me tendría que regresar a mi casa a dedicarme al estudio necesario para tan difíciles exámenes de selección. Para mi desgracia, visto así con el pasar del tiempo, mi jefa accedió primero y me felicitó después por haber tomado tan importante decisión. Pues qué bueno que te decidiste, dijo. No sobra decir que además de odiar a mi compañero de cuarto y a mí situación en general, además de odiar mi soltería, también quería alejarme de la oficina y del trabajo como si de la lepra se tratara. Mi mente y mi ego, aprovechando las vacaciones de mi lucidez, comulgaron para ensombrecer buenas razones: si renuncio con el pretexto de la dichosa maestría, una, regresaré a casa de mis padres a recuperar mi privacidad, dos, podré tener más tiempo para leer y escribir, y tres, después de la semana de exámenes tendré casi dos meses de “vacaciones” hasta que se publiquen los resultados y conozca a ciencia cierta el rumbo de mi destino, y en tal tiempo escribiré una novela, contando con la herramienta y el espacio adecuado, no es más que me apoltrone en una silla en todo ese tiempo de espera para desarrollar la trama, perfilar personajes, motivos, escenarios, diálogos, etcétera, que dos meses parece tiempo suficiente para trabajar y producir un resultado que parecerá satisfactorio.

Así lo pensé, así lo creí, así que un día ya no regresé al trabajo, y con mis cosas ya mudadas a casa de mis padres, leía y estudiaba, ¡otra vez!, matemáticas, física, vectores, diseño de concretos y todo eso del temario porque, según yo y aún engañándome profundamente, eso sí en verdad me gustaba hacerlo. Fue mes y medio de preparación, todo abril y la mitad de mayo. Y faltando tan sólo unos días para la semana de la pruebas entonces lo supe, estaba clarísimo, tanto alboroto para recuperar mi libertad, mi espacio, y lo que califico como mi vocación, las letras. Ya no quiero ir, ya no, pensaba en confesarlo a mis padres, incluso un día antes de partir al DF, que en verdad estaba arrepentido pero la prudencia o cobardía me dijo que no me adelantara a los hechos y que dejara que se deshilachara la madeja de estambre: en algo tiene que terminar todo. Es común pensar que los postulantes a un puesto o a un curso que deban primero someterse a pruebas estén con los nervios de punta; no era mi caso. Ya en mayo me dije: lo peor que me puede pasar es que me acepten en la maestría. Así que en el día de las pruebas estuve más que relajado, fresco como se suele decir. Asistí el lunes al examen de inglés, salí antes que la mayoría, y después el miércoles, quitado de la pena, el examen psicométrico, y después de él, a la Gandhi que está cerca del Zócalo, a conseguir Otra vez el mar, de Reinaldo Arenas. Encontrado y comprado, lo comencé el mismo miércoles en la noche, en vez de estar estudiando para los más difíciles exámenes que tendría el viernes. Pero llegó el viernes y con toda tranquilidad abordé, en Ciudad Azteca, la línea B, hasta San Lázaro, donde abordé un tramo de la línea 1, para tomar en Balderas la línea 3, que me dejó en la UNAM. Entré al auditorio, tomé mi examen y fingiendo interés respondí lo más que pude, no sin pedir el abandono total de la iluminación del Gran Arquitecto del Universo, para que se llevara mi memoria que me obligara a contestar más de la cuenta. Tal como pasó. En fin, al salir me dirigí a la librería de la universidad. Compré un clásico griego que leí en lo que daba la hora para las últimas dos pruebas: física y matemáticas, para las cuales tampoco estudié. Así de tramposo fui. Llegué a la casa de unos tíos que me dieron cobijo en esos días y dije muchas más mentiras. Ya en mi casa, en esas “vacaciones”, puse punto final a toda pensamiento que me desvirtuara de mi objetivo y me apoltroné en la silla para dar con eso que titulé Barbara Scherzo; más que mi tercer intento de escribir una novela, mi oportunidad para decirme, primero, soy escritor, y para decirle eso mismo a mis padres y que lo supieran de una buena vez. Tan confiado estaba, realmente, que creí que escribiendo todos los días de aquellos sesenta días produciría un interesante novela, un tanto comercial sí, pero con el plus de estar desarticulada en tiempo y con diferentes voces narradoras. Tenía tiempo, sí, espacio en soledad, también, quién lo leyera (mi lector personal), sin dudad, y puse manos a la obra, que si ya había dado con cuentos que ilusamente creía aceptables y dignos de ser publicados en alguna revista literaria no debía haber impedimentos para lanzarme a la grande, olvidando, ay, los consejos siempre sabios de él: recuerda que apenas estás aprendiendo a dar patadas cuando ya te crees cinta negra. Si no cinta negra, me creía algo parecido, mi Ego me lo decía, y me lo decía porque por nada del mundo quería saber de ingeniería (hoy me veo obligado a saber algo por conveniencia, lo cual no aclararé), que si no terminaba la novela, y que además fuera buena (más no excelente), sería un absoluto fracasado, total fracasado, quien tanto lloró por lo que ya tenía para hacer lo que más deseaba y ni con eso pudo lograrlo, sí, una verdadera escoria humana. La inexperiencia, o la estupidez, me llevaron a pensar que sería buena idea mostrarle algunos capítulos, y lo aceptó hasta que tuviera listo tres de ellos. Ya con los tres capítulos se los envíe vía e-mail y por el mismo medio me llegó su contestación: “lo siento, he leído el primer capítulo y no puedo seguir leyendo sino corriges lo que te señalado”. Y eso señalado era bastante, para decirlo de una buena vez, que la idea principal en sí misma era una estupidez, además de una mala descripción del personaje principal. Sin duda me tomé demasiadas libertades (debido a que yo mismo había recuperado libertades) y creí que todo era posible. Ante la respuesta (a cuatro semanas de la publicación de los resultados de las pruebas), regresé completamente abatido a mi recámara. Me encerré, apagué la luz y puse la tocata y fuga de Bach. Lloré. Leí la crítica muchas veces como buscando un error o desliz que pudiera usar como defensa ante un jurado imaginario: el final de los tiempos se me había adelantado, no tenía por qué esperar hasta que se terminaran las “vacaciones”, de una vez sabía que sí era un total fracasado, y que teniendo en cuenta mi anterior proceder, muy seguro era que no entraría a la maestría.

Doble pérdida de tiempo, porque no me aceptaron en la maestría ni tampoco pude escribir la novela. Doble fracaso. Hice invertir dinero a mis padres inútilmente, la cantidad de mentiras que dije, el trabajo botado que le dejé a mi jefa en la oficina y las falsas esperanzas que le di a mi padre, sobre todo a él, que espera que no sea un ingeniero más del montón. Ya tampoco lo quiero ser. En todo eso pensaba cuando me reuní con mi crítico lector de cabecera en Xalapa. Comíamos en La Plazoleta, un bufete, y platicábamos sobre una fiesta de cumpleaños a la que me había invitado. En medio de la plática soltó una observación sobre mí, tal vez de mi mirada o de mi expresión en el rostro: triste, dijo. Dos días después de ese encuentro se publicaron los resultados de los exámenes: el oráculo tuvo razón.

Anuncié a mis amigos íntimos que no había pasado los exámenes de ingreso. Le dije a mi madre eso y que soy escritor, y al otro día me llamó mi antigua jefa: tienes tu antiguo puesto aún disponible. Y yo acepté, más como un castigo por haber sido tan estúpido y porque ya necesitaba dinero para comprar más libros, aceptando también la pérdida, otra vez, de la privacidad, y no poder escribir en los meses siguientes. Han pasado muchas cosas desde mi regreso, sin contar que he recorrido pueblos y ciudades por la naturaleza de mi trabajo, sin poder escribir tanto como quisiera, con otros periodos de asueto, pero sin derecho a quejarme. Pero hoy ya vivo en un cuarto para mí solo y cuento con una laptop y con el mismo tiempo libre, cosas por las que había llorado. Ahora espero que se me pase la ceguera blanca que padezco, espero encontrar la causa del bloqueo, espero que el reciente acopio de experiencias de mis últimos viajes me sirva de inspiración. Realmente lo espero.

Winslow_Homer_005 *Winslow Homer

Comentarios

Яaƒ ha dicho que…
A riesgo de sonar trillado: no por un revés dejes de lado tu vocación.

Ya en varias ocasiones nos has mostrado que eres talentoso. Es cuestión de salir de ese bloqueo. Y errar, errar mucho más. Si no, ¿cómo podríamos aspirar a mejorar?

Un abrazo.
Anónimo ha dicho que…
Si no me equivoco, tu lector personal (para guardar su identidad) me dio a leer este post tuyo porque, según me cuenta, hubo unos recientes sucesos que te hicieron reanudar tu esfuerzo de creación literaria. Me da gusto que en medio de tanta bala y sangre se pueda encontrar de entre los huesos una semilla.
Me gustaría enloquecidamente tener una respuesta para eso que a muchos nos aqueja: la ausencia de fertilidad literaria. Si te sirve de consuelo, has de saber que las filas son gruesas en eso de querer, al menos, generar un pequeñito, modesto pero efectivo texto dueño de un chorrito de literatura.
Para nombrar con cariño al fenómeno, yo digo que la creación literaria es mi «dolor de cabeza ontológico»; y la verdad es que no exagero, tampoco lo minimizo. Sé lo que es querer ser algo y no poder, esforzarse (aunque a veces dudo que sea lo suficiente) y no poder.
No sé cómo decirte que sigas o que no sigas por ese camino, lo que puedo decir (con poca convicción) es que cada quien tiene que encontrar su propia forma de llegar a donde se tiene que ir.
Gustavo ha dicho que…
Eletrolito: gracias por pasar y dejar aquí tu palabras alentadoras. Sí, se trata de una novela que dejé. Muy grandes eran mis pretensiones. Seguro fue la demasiada juventud. Pasado el tiempo, he dejado este proyecto, y sólo fantaseado con él con posibilidades más tiernas. Por ahora estoy ya concretando unos cuentos biográficos.

Descubrí que trabajar en algo concreto (novela o tomo de cuentos) no es tan difícil. Hay que dejar de quejarse y ponerse a trabajar. Requiere mucha chamba. El mismo método que hice para la novela, después de necear con cuentos. Otra cosa es saber cuál será el producto final. Pero aquella primera vez no tenía experiencia ni tantas lecturas. Creo que antes de todo hay que trabajar mucho en el proyecto, leer mucho más y salir a vivir un rato.
Anónimo ha dicho que…
Estimado escritor. El día de hoy me he topado con tus letras. Siento que tu experiencia es muy similar a lo que estoy viviendo ahora. Soy de Yucatán, estudié comunicación social y durante mi carrera he tomado diversos talleres y cursos de realización de cine documental. Estoy en el umbral de no haber entrado a una maestría que quería en la UAM. Invertí dinero que ahorré con esfuerzo. En retrospectiva veo que no estaba listo para esta experiencia, me faltó consolidar mis argumentos para entrar a este posgrado. En fin, tengo que vivir mi proceso de asimilar que este año no podré acceder a la maestría que quiero. Para mi es difícil asimilar esto pues tenía todas mis energías puestas en la aplicación. Dicen que un año se pasa rápido, y a la vez me da miedo que no sea así. En fin, supongo que ya estarás en una situación diferente. Mi experiencia es muestra de que no eres el único que pasó, ni yo seré el último que pasará por algo similar. Esperemos lo mejor para el futuro. Interesante leer tus palabras. Abrazo. Desde Yucatán. Víctor Rejón.

Entradas populares