Las señoras ricas de Park Avenue

—Sí, pero si uno tiene que trabajar en un empleo todo el día pará ganarse la vida, ¿cómo encontrar tiempo para escribir?

—Ah, ahí está la pega, ¿eh? La literatura, lamento decir, perte­nece a una época mucho menos democrática que la nuestra, en la que había sirvientes y órdenes inferiores y en que la gente de re­cursos tenía tiempo por lo menos de pensar en escribir. Es cierto que hoy algunos nos ganamos el sustento así. ¡Pero fíjese en lo que perdemos a cambio! Te conviertes en un esclavo de una editorial o una universidad, y en cuanto se enteran de que tienes que pagar las mensualidades de una hipoteca, Bauman, más vale que les en­tregues ya mismo tus pelotas en una bandeja. -Me rodeó un hom­bro con el brazo-. Si quieres saber qué pienso, las únicas personas que realmente deberían escribir en estos tiempos son esas señoras ricas de Park Avenue casadas con agentes de bolsa, no porque necesariamente tengan más talento que cualquiera de nosotros, sino porque son las únicas que disponen de tiempo. Porque hace siglos desde que Leonard Woolf escribía sus propios libros en la Hogarth Press. Ya no hay Hudsons en Hudson. Me temo, en cambio, que hemos entrado en la edad de tinieblas empresarial, en que el consorcio asume el papel de la Iglesia. Y, francamente, temo que la literatura no sobreviva.

—¡Siempre lo ha hecho! ¡Hasta en la edad de las tinieblas!

—Ah, ¡de modo que usted piensa que el arte es inmortal! No lo es. Los libros, los pianos, las pinturas..., todo puede quemarse. El espíritu puede morir de hambre, sí, durante todo el trayecto hasta la muerte. Nada subsiste sin cierto grado de sustento. Y, lo que es peor, en cuanto el Estado haya erradicado el arte, siempre habrá gente absolutamente dispuesta a colaborar en la divulgación de esa especie de sucedáneo, el arte falso, que, para ser totalmente franco, casi todo el mundo prefiere al real... Ya sé, ya sé que piensa que hablo como un viejo. Pero con el sol fatídico, y veneno en el aire, y cáncer de piel -señaló la pequeña venda que llevaba la mejilla—, ¿cómo puedo seguir diciendo que lo que uno escribe importa? Ése es mi dilema. Aunque ganen dinero, mis libros no salvarán a mi hija de la radiación.

Fragmento de Martin Bauman, de David Leavitt (Versión tomada de Anagrama).
mujer rica

Comentarios

Яaƒ ha dicho que…
Parece ser un libro interesante... Saludos camarada!

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