Autoexploración

1

Sin título

Lágrima sobre el filo de una herida,
Sangre escurriendo sobre la navaja.
La grieta añora, sonrisa y agua viva,
Como en el pleno desierto y la piedra
Que se pierde en cada suspiro
Del tiempo mismo.

Herida que grita el clamor de la paz
La sangre que dicta tu mirar
Hacia una posible voltereta hacia el andar.
Sonrisa del felino, ave de la oscuridad.
Dejad el vino y no confundirlo con el pan
Que el alivio del niño es ver la vida
Tan tranquila y con sobriedad.

Xalapa, 9 de Diciembre de 2001

2

Hola Ismael. Bien, trataré de explicarme.

Ésa colección de versos libres la encontré un día que estaba hurgando dentro de una caja de zapatos. Los escribí, hace tiempo ya, en una hoja de libreta. Y mucho después los pasé a la hoja electrónica, con la fecha y el lugar tal como originalmente lo había hecho. Tenía en aquel tiempo que refiero 17 años de edad, y recién había llegado a vivir a Xalapa, cuatro meses antes. Vivía en un cuarto de pensión, a cuarenta minutos en camión urbano de la universidad, donde cursaba el primer semestre de mi querida carrera. Lo más seguro es que al componerlo no estaba plenamente consciente de sus palabras. Sólo las dejé fluir, y así tal cual, resultó el poema. Por aquel tiempo solía escribir muchos versos libres, aparte de un diario. Cuando no servía mi computadora, dado que era común que se descompusiera, escribía en hojas de libreta, a la que vertía mis frustraciones convertidos en versos libres. El origen de mis frustraciones tenía diversas fuentes: el vivir solo, la rudeza del estudio, la añoranza por una pareja sentimental, y los conflictos que me provocaba creer en Dios al mismo tiempo que me asumía como homosexual y practicante activo de la masturbación. Esto último era lo más grave, y lo que más contradecía a mis propósitos internos. Para alabar a Dios, no aprobaba la autoexploración de mi cuerpo, pero tampoco podía dejar de hacerlo. Intenté varios métodos para dejar ‘la adicción’, como la llamé, y uno de ellos consistió en llevar un registro de los días en los que me masturbaba, para que, de esa forma, disminuyera la frecuencia de la práctica. Pero no tenía fuerza de voluntad. Seguía hiriendo a Dios con mis prácticas y mi orientación sexual, y eso me pesaba. Necesitaba de alguien que me restaura, tanto la confianza como el amor propio, y de igual forma, una válvula de escape en cual desfogar las hormonas hirvientes que era mi cuerpo adolescente. Lo triste del caso, y este comentario a manera de colofón, es que ese compañero comprensivo que yo tanto había esperado llegó cuatro años después del poema, y casi seis años desde que asumí mi orientación sexual: quien tocó la puerta de mi vida sentimental a mis veintiún años resultó un ser un manipulador; más sapo y nada de príncipe, incluso catorce años mayor que yo.

Ahora releo el poema varias veces y no logro descifrarlo en su conjunto, pero creo que es un reflejo de los tormentos y las fuerzas contradictorias que me aquejaban en aquella lejana adolescencia universitaria. Tiene, desde luego, un aire de inmadurez, y de espontaneidad. Este enigma se resuelve pronto con tan sólo aclarar que no era yo un gran lector, y menos de poesía, y que mis únicos conocimientos literarios hasta aquel momento los había adquirido en dos semestres de literatura en la preparatoria, en los que leí poemas escasos y algunos cuentos, además de dos novelas mexicanas, clásicas y breves. Pero la serpiente ya me había mordido, e incitado a probar las peras del olmo de la invención literaria, por lo que, por mi cuenta, leía un libro de filosofía para adolescentes, la historia de la niña Sofía. Tal vez de la lectura de aquella novela, lectura que me llevó más de cinco meses, y que a la fecha del poema ya lo había terminado, me contaminó de imágenes oníricas propias de las propuestas filosóficas. O tal vez no. Tal vez, lo que solía yo escribir en aquel tiempo, era producto de las películas que solía ver, y de las revistas de ciencia, además de mis propias y muchas preocupaciones. Lloraba demasiado, más de lo que pudiera considerarse normal. Solía castigarme por ser un mal hijo, primero, y un mal católico, después. Las clases apenas y proporcionaban un aliciente, y en aquel primer semestre, por muy contradictorio que parezca, mis notas fueran altas, o más bien, lo más altas de toda mi carrera, rayando, por poco, el diez.

P.D. Tengo más, je.

3

A ver, como unidad, creo que el poema busca la liberación del sufrimiento de un niño. Tal vez la voz sea la de un adulto, o la de adolescente que está en vías de serlo o, también, en tercer lugar, la de un niño que por tal causa fue empujado a cruzar el umbral de la adultez con violencia. Eso se advierte en el penúltimo verso. Pero los primeros versos acusan una herida, una grieta, pero que no lo escinde, más bien lo lastima y lacera, y que le produce una lágrima viva, como el fluir propio de la sangre cuando se violenta la carne. La navaja puede evocar, más que al instrumento, la causa. Y ésta causa, creo saberlo, son todas aquellas circunstancias que aquejaban al autor del poema; circunstancias contemporáneas a él, vivas y lacerantes. Pero también a causas del pasado, de un tiempo remoto que se pierde “en cada suspiro”, que en tal caso podría ser “la evocación”, o recuerdo hiriente. La imagen que evoca el desierto y la piedra, junto a la sonrisa y el agua viva, me resultan enigmáticos, y más todavía la imagen de “una grieta que añora”. Figuro que “la grieta”, la herida misma, es un ser ontológico que se ha posado de forma permanente en aquel niño que busca ser liberado, y se dobló pidiendo tanto para ella como para el niño, una época de felicidad, de sonrisas y agua viva, es decir, esa agua viva propia del mundo católico, con la que bautizan y liberan a los niños del pecado original (agua que está viva, y esto porque Dios vive en ella).

La segunda parte del poema tiene aún más imágenes enigmáticas, pero que acusan la inocencia y verdadera novatez de su autor, esa cadencia espontánea, pero que refleja el espíritu tanto atormentado como creativo propio de un ‘artista latente’ [No considero que seas un artista todavía, pero sí un escritor en vías de. He leído más de lo que me has mandado y hasta ahora tienes nada publicable ni sorprendente. Te recomiendo que dejes de buscar cosas tuyas de esa caja de zapatos, o que las tires o las quemes, no sé. Pero disculpa la rudeza. Es como es]. La herida reaparece como una construcción antropomorfa, que grita y exige tanto para sí como para el niño, la víctima de la navaja, esa paz y tranquilidad, esa liberación. La sangre reaparece también con su carácter imperativo, y con el peligro a mirar atrás, al pasado, al origen y causa de ese actual sufrimiento. También incluso se revela la sonrisa, pero como dueña de un felino, al lado de un “ave de la oscuridad”, animales que envestidos de esas características escapan de mi total comprensión. [Oye, se me ocurre ahora. ¿Por qué no vienes a mi casa y traes contigo todos tus papeles revueltos, y condones y lubricante además? Lo sé, lo sé, que la otra vez fui demasiado grotesco cuando me leíste tu cuento en aquel café aquella tarde, pero eso no evitó que te viera el paquete más de una vez, ¿grande eh? ¡Eso quiero comprobarlo!] No creo que el animal alado de las tinieblas, y su aparición espontánea, como lo son todos los versos, represente al enemigo número uno de todo buen católico, Satanás. Podría ser, quizás, que la voz del poema le suplica a Satán la liberación del infante, que vive al filo de la madurez con un castigo propio de los moradores del infierno. Y los pecadores no viven, hasta donde comprendo, con sobriedad. Sus culpas devienen del abuso de las prácticas, de ciertas prácticas, culpa promovida por la propia religión, para matarlos lentamente en el eterno círculo vicioso pecar/perdonar [Y esas prácticas deberías reanudarlas cariño mío. Por dios, tú no eres Santa Teresa de Ávila, ni creo que cuando te la jalabas soñaras con el dulce roce de los ángeles, tú lo que querías era cerca un buen pito duro, ¡como Santa Teresa! Eso se deja leer, en lo que tratas de explicarme, y te dije que no trataras de explicar tu propio poema, chingado jovenzuelo ¿no para eso me lo has mandado? Oye, yo también fui criado con toda esa mierda católica, y te digo ahora que hasta fui monaguillo. Sí, está bien, serví a Dios, y él se sirvió de mí, y el sacristán, jajajaja. Qué bellas épocas. Ah, y recuerda Kareem, aquello de los santones sufridos artistas ya no deja eh. Así que detén tus falsos golpes de pecho], (en este caso la masturbación que equipara con el vino/sangre/elemento corporal que fluye), y lo que busca, ese escape pronto y anhelado, tal vez sea un regreso pacífico hacia ese estadio anterior rebosante de tranquilidad.
La voz del poema es un clamor, y al mismo tiempo, el canto de un mea culpa. La voz y el niño se mimetizan, y las intenciones del autor también se mezclan. E incluso, el autor mismo aparece, con esa fuerza subyacente que busca esconderse debajo de las palabras.

Veredicto: ¿Por qué me muestras tus tareas escolares? Bien, he ahí mi opinión inapelable, pero aún así considero que no debes tardar en llegar a mi casa y llevar el paquete completo contigo. Algo haremos. Y recuérdalo, siempre tendrás una página disponible en la revista, y un lugar en mi cama.

Besos,

I.



*Inspirado por el cuento “The anal-retentive line editor” de Dennis Cooper incluido en su libro Ugly Man.

Comentarios

Entradas populares