Más de lo mismo 2.0
Crítica de Avatar, de James Cameron.
Por ahora, la tecnología de la tercera dimensión para las proyecciones cinematográficas se me antoja más un mero pretexto pirotécnico y un valor agregado publicitario que una verdadera herramienta narrativa que aporte algo más a los motivos de los personajes o al argumento que los justifican. Es tan caro el boleto de entrada como cara la propia producción de una cinta en 3D, que son las tramas más comerciales y las productoras más rentables las que han lanzado títulos para colmar a un público objetivo ávido de nuevas experiencias: el sentido de profundidad, aunque sólo en la imagen, atrae al espectador como el imán al hierro.
Es el mismo caso de Avatar, la esperada nueva película de James Cameron, un director que tuvo su mejor momento con la primera y segunda parte de Terminator, un ideal antihéroe de metal e inteligencia escasa que buscaba alertarnos de un desastre nuclear. Ya desde entonces se advierten los temas recurrentes: la salvación, más del planeta que de sus habitantes más conscientes, y el juego de los mundos alternos.
Si Terminator es un enviado del mundo futuro, futuro que padece a consecuencia del mundo presente, en Avatar es un conquistador, el jarhead cual más, Jake Sully, quien lleva un mensaje de paz y salvación a un pueblo extraño de un exoplaneta, tan parecido al nuestro como al mundo pasado de nuestros ancestros. Una poderosa empresa minera, como la poderosa empresa tecnológica en Terminator, pretende explotar un preciado mineral en Pandora, para lo cual necesita ir conquistando lo espacios ocupados por sus originales moradores. Y es, precisamente, uno de aquellos soldados que trabaja bajo el sueldo de aquella titánica y voraz corporación, sobre quien recae, en mero plan mesiánico, la responsabilidad de salvar a Pandora de los otros, “los malos”. Recordad, en este punto, que la máquina carnicera de cara adusta de Terminator buscaba, en un principio, eliminar al salvador John Connor, para después cambiarse de bando. Es, en una simple y llana frase, la variación sobre un mismo tema.
Sólo que para Avatar, Cameron, como guionista, no únicamente canibalizó el guión de su mejor saga de ciencia ficción, sino que además eligió como estructura narrativa el ya clásico cuento de Pocahontas, lugar común cuando se habla de conquistadores y conquistados: el inglés que se enamora de la india powhatan. Resulta curioso que, mientras toda la imaginería visual trabaja a favor de una estética fantástica –biologías imposibles, topografías ilógicas, fauna impensable-, el discurso narrativo naturista, que se mueve entre la cenagosa pose New Age y la fangosa hipótesis Gaya, se opaca bajo el desesperado intento de hacer de la ‘acción’ un suculento banquete de explosiones y coreografías que satisfagan a aquel espectador adolescente por quien fue pensada. Porque esta película, no se olvide, tiene de todo: amor, acción y aventura. Todo que es como decir nada, nada que no se haya visto otros rodajes que van desde Matrix, Lord of the rings, Star Wars, Apocalypto y la propia Titanic, ese melodrama shakesperiano. Otro discurso, que busca esconderse entre tanta emoción pirotécnica, es el escabroso asunto de la conquista de Irak-Pandora: la búsqueda del petróleo-mineral: ¿es que sólo un norteamericano puede salvar al amenazado pueblo conquistado por norteamericanos?
Debilidades narrativas aparte, los logros técnicos son muchos y reconocibles. Los ‘monos azules’ no parecen meras caricaturas. La tecnología en 3D le exprime verdadero jugo a la experiencia en escenas con elementos decorativos que literalmente quieren tocar al espectador, y las actuaciones de los veteranos Giovani Ribisi y Sigourney Weaver hace que por momentos olvidemos la actuación –es un decir- de una Michelle Rodríguez.
Por supuesto, no me he olvidado del elemento ‘avatar’, el quid de la película: un cuerpo alterno que es habitado por un ser real que permanece en reposo, en el tiempo en que el avatar está ocupado: juego de alternos, de doppelgängers –recordad la película El gran truco, de Christopher Nolan-. Sólo que Cameron no explota, ni mucho menos profundiza, en el tema de los dobles ni de las realidades alternas, como si lo hace, por ejemplo, la perturbadora eXistenZe de David Cronenberg. Pareciera que viajó a la India en plan turista y se sirvió de anotaciones al vuelo que pudo captar de aquella enigmática cultura. Pero eso de que viajó a la India es una mera suposición de quien reseña; tal vez le bastó con buscar en internet, o ni siquiera eso: se conformó con lo que ya sabía.
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