Nadie
Nadie sí me ha llamado.
El teléfono suena
y es un sonido tan leve,
rápido y fugaz,
que cuando descuelgo
permanezco en silencio por largos momentos para captar,
aunque sea por un segundo,
el ruido ambiental que dibujan las cosas animadas allá,
del otro lado de la línea.
Nadie también toca a mi puerta.
Toca sí,
pero una vez.
Lo escuchó y,
detenido el mundo,
corro apresurado para dejarle entrar.
Permito entonces que una mano del viento
coloque la hoja de madera en su marco,
como un cuadro colgado
que necesita alineación.
Le ofrezco a nadie algo de tomar.
No expresa en sí una respuesta,
pero yo adivino.
Después de un rato,
de dejar que el ruido ambiental de las cosas animadas de allí adentro configure nuestra plática,
nadie se va.
Nadie también me manda correos.
Es entonces cuando más animado me veo.
Constituye una felicidad
ver mi bandeja rebosante
de envíos mandados por nadie,
aunque no tardo mucho en leerlos.
Traen consigo, casi siempre,
el mismo contenido.
Hoy, por lo menos,
he decido hacer todo lo contrario.
Le marqué a nadie pero no contestó.
Postergué todas mis ocupaciones
para postrarme junto a la puerta,
pero no llegó.
Y al final, desilusionado ya,
decidí responder uno de sus correos.
A los pocos minutos me llegó una notificación:
“el envío de este correo a esta dirección ha fallado”.
Yo no sé,
pero prefería de ahora en adelante
que nadie haga lo que siempre hace.
Comentarios
Felicitaciones, repito, buen trabajo.