Se ha enterado
Se ha enterado. Me ha dicho que se ha enterado. Hoy en la tarde, a diez años de que diera el primer paso para el sinceramiento conmigo mismo. Fue, casi por esta fecha, pero del año 2000, cuando hablé con uno de mis primos. No lo aceptó a la primera, pero tampoco le llevó muchos minutos aceptarlo y aceptarme. Al otro día me sentí liberado, sí, pero extranjero. Una sensación nueva, porque él me veía ahora de otra forma, que no podía procesar bien. Y aún cuando mi primo sabía lo de mi naturaleza sin ambages, me veía limitado a expresar ciertas frases que denotaran mi admiración o gusto hacia los de mi sexo. Años me llevó aceptarme de forma más natural. Aceptar que me enamoraría de los hombres, y no al contrario. Después fueron mis amigos de la escuela, con quienes hablé. Tan amigos eran de mí que no tuve problemas, con ninguno. Hombres y mujeres por igual, los amigos depositarios de mi confesión. Hace casi tres años, también por esta fecha, sentí en mi corazón la necesidad de libertad, pero ahora sin anclas. Si ya había, por decirlo de alguna forma, ensayado con los compañeros, creí necesario cruzar la cuerda floja sin malla protectora: me revelé ante mi madre. Es ella, por sentido común, la que suele ser comprensiva. Lo fue. Me escuchó como quien escucha una noticia vieja. Lloré. Ella no. Después me confesó otras cosas, chismes de la familia. Así pude vivir un buen tiempo, con un pie danzando en al aire. ¿Y el otro pie, cuando?
La pregunta, “¿Y el otro pie, cuando?” me rondó en mi cabeza desde entonces. ¿Cuándo? Hace apenas este mes que me había decidido. ¿Cuándo? Decidido a darle término a un ciclo, ciclo que necesitaba ser confinado. Finado. Terminado al fin. Y hoy lo fue. No de la mejor forma, pero se ha enterado. Pero no hoy, sino que se enteró ayer. Es tan propio de mi padre revisar las cosas ajenas. Papeles, cajones, etc. Lo hizo con mi celular. La nueva pregunta es si, yo mismo, usando mano consciente de mi inconsciencia, dejé mi celular desprotegido de mi resguardo. Leyó mis mensajes, en especial cierto intercambio Ahora aquel destinatario estará marcado en mi memoria como un protagonista, agorero de tiempos mejores. Porque creo que será mejor así. Siempre lo he confiado. Soy un teórico no sólo de la libertad -¿esta batalla fue ganada?-, sino de la liberación. Sin ambages y sin anclas, ahora, que escribo esto: mi padre se ha enterado que soy homosexual.
El día está soleado. La temperatura ambiental es calurosa, y ligeras rachas de viento fresco corren de norte a sur. Algunos tentáculos del céfiro entran por mi ventana. Mi padre está en la oficina, improvisada, conectado a internet. Desconozco si llora, si piensa, si está leyendo alguna página. No hay ruido en la casa. O sólo un ruido, el de los ventiladores. Mi madre está en cama. Anteayer cayó enferma. Ayer fue al médico. Hoy dice sentirse mejor. Quisiera hablar con ella, pero en su estado, sería mejor esperar. Tengo una cita para las ocho de la noche. Ya no sé si saldré. Pero quiero salir. Aunque mi padre dice no aceptarme tal cual soy, pero que me quiere, sé que tengo que seguir hacia adelante. A pesar de su dolor. A pesar de que lo quiero mucho.
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