Confesiones de un maricón lector
Terminé de leer Demian de Hermann Hesse apenas el sábado. Me gustó el final casi místico, ese beso estentóreo entre el protagonista y el protagonista: entre Max y Sinclair. El domingo le di avance a Toda esa gran verdad. Por ahora va entretenido. Digamos bien, pero sin cosas que escandalicen a nadie. Me ha hecho reír, pero creo que a veces por acto reflejo. La prosa no está tan madura como se esperaría de alguien que ya ha publicado algo de libros pese a la edad del autor, Eduardo Motagner: nació en los setentas. Ya tenía ganas de leer mariconadas desde meses atrás, y con esa intención compré esta novela. También estaba en la lista de joterías Temporada de caza para el león negro, del tapatío Tryno Maldonado –no es gay, eso le asegura en su nostálgico blog-, pero el más reciente finalista mexicano del Herralde no ha llegado a librerías cercanas todavía. Sé que en el futuro más próximo me arrepentiré por tomar decisiones con el glande enrojecido y no con los sesos.
Me pasa a menudo, que me abalanzo a leer cosas que terminaran por no gustarme. Me pasó con Élmer Mendoza, el narco-cronista culichi (gentilicio de los que nacen, viven, se reproducen y mueren decapitados en Culiacán). También me pasó con, a recordar, sí, Cormac McCarthy. Las dos novelas anteriores que había leído de él me habían prendido, sobre todo La carretera, pero El guardián del vergel me adormeció por muchos momentos. También el mediático Murakami terminó por no entusiasmarme con su obra magna (no apuntaré el famoso título plumífero). Y lo que creí sería toda una verdadera revelación, el rescate de un auténtico héroe de la literatura, porque ya está bastante olvidado el autor, es decir, Peter Hoeg, no me gustó en lo absoluto (ya lo apunté en su momento). Sí, me arrepentí por haber gastado $120 pesos por ese libro viejo (nunca debió salir de su escondite): no es una revelación ni para la literatura danesa. Más interesante es comer una galleta MacMa.
Eso sí, lo más bizarro, loco, profundo, desafiante, intelectual, a muchos ratos estimulante y también por momentos soporífero, pero con una adormecimiento que sí te deja algo, que te induce ensoñaciones metafísicas ha sido, por si preguntan el título, El arco iris de gravedad, métrico título de una novela no menos abundante en personajes, historias, imágenes, páginas y reflexiones. Su autor es escurridizo. Podría no mencionarlo, pero no sería ético (algo sobre esto que digo en la imagen de abajo): Thomas Pynchon. Hasta ahora no me arrepiento.
Los derechos de esta imagen son de Matt Groening.
Comentarios
Ahora que si de joterias se trata, recomiendo "El vampiro de la colonia roma". Tiene un estilo curioso.
Y bueno, prometo buscar El arcoiris de la gravedad en la próxima feria del libro del Mty.
Saludos mi estimado