El narco y las letras
Ayer leí en un post que la poeta Carmen Boullosa desearía que el narcotráfico apadrine la producción literaria. El bloguero Iván Thays se escandalizó por la declaración. Escándalo innecesario. Yo comprendo a Carmen, tal vez porque somos de la misma nacionalidad, a diferencia del bloguero peruano. Aquí el narco le ha financiado campañas electorales a todos los partidos políticos, además de campañas sindicales, movimientos campesinos y magisteriales, producido infinidad de películas y lanzamientos musicales, ha financiado proyectos de infraestructura, otorgado jugosas limosnas a la Iglesia Católica; ¿por qué no habría de utilizar su dinero para becar a los escritores? ¿Por qué no romper esa barrera? Qué más da, en este tiempo en el que es difícil saber con qué dinero, si de los impuestos, si de la renta petrolera, si del turismo, o si del narco, se construyó la casa desde donde escribo muy a la fuerza este post. Algunos se escandalizan, pero para el ciudadano realista –y casi por ello obligatoriamente pesimista-, no habría nada de malo ni poco ético en que un cartel promueva las grandes empresas literarias. Si incluso el otorgamiento de becas por parte del estado se ha convertido en una mafia casi sangrienta, en donde es necesario el aplauso y la reverencia, ¿qué diferencia habría entre el dinero de una mafia o de otra?
En fin. Qué horror, como exclama la misma Boullosa ante su propuesta. Pero de seguir así las cosas en este país, bien valdría la pena intentar la santificación, más real, de ese supuesto dinero mal habido, vía la producción de grandes novelas. ¿Qué se podría contar en ellas? Se me ocurre que, por principio –o por principios-, el Jefe de Jefes le pide a un supuesto escritor que escriba una novela revelando los más oscuros secretos del Jefe de Jefes del cartel rival. El escritor hipotético –con su beca de, podríamos decir, unos $ 15,000.00 que no estarían nada mal-, se lanza a la empresa prosística. Se la publica Alfaguara, anunciándola como “la novela que ha inventado, y de paso reinventado, un género literario”. El Jefe de Jefes aludido lee la novela. Se siente atacado –no podría ser de otra forma- y seduce a otro incauto escritor con una beca más suculenta –de, digamos, el doble de la anterior-. Este otro escritor se lanza a la investigación exhaustiva de los secretos más sucios y escondidos del capo de enfrente. Terminada la novela, se la publica Random House Mondadori y se la hace premiar en un certamen internacional, además. Notas en el periódico. Los críticos literarios alzan la ceja al descubrir la guerra prosística entre una novela y otra. La crítica se divide en opiniones. De paso ellos se benefician de los narcos, al ser comprada su tan reputada columna. Luego llegan las traducciones a mil idiomas, de ambas novelas. Ambos capos reciben la retribución de su inversión ante las ventas desmedidas de las novelas debido a la publicidad de sus atacantes. Los escritores, vueltos rivales reales y no sólo ideológicos, rescatados ambos del algún escondrijo polvoriento y apestoso, se rodean de lujos y excentricidades, como emulando a Tom Wolf. Es más, cada uno, a su medida, se siente heredero de Tom Wolf. Y más tarde, o no tan tarde, más capos contratan a más escritores. De repente se miden así las fuerzas, por la calidad literaria –y las ventas-, aunque sigan los muertos. Un capo decapita a más y más rivales, para que su persona sea un personaje más interesante, convencido así por el escritor, la editorial y su agente. Luego, ellos mismos, estos hipotéticos escritores, se convierten en lugartenientes intelectuales. Conspiran, ahora sí en realidad, para ganar la batalla prosista, no sin antes la llegada de la ‘adaptación cinematográfica’. El capo hace lo que ya había hecho antes, y que le había resultado bien, producir la película sobre la novela que apadrinó. Y salen más películas. Y más empleos. Y más muertos. Y más novelas. Y más películas. Y más balas como palabras. O palabras como ráfagas de fuego, entre un cartel y otro. Ráfagas de fuego en las calles, y en las páginas de un libro. El sueño de don Quijote. Hasta que el género, el nuevo género literario, envilecido ya, como el romanticismo en el Siglo XIX, muera y desaparezca por méritos propios. ¡Qué razón tienen los poetas!
Comentarios
Sin embargo, un nuevo impulso a las letras caería muy bien...
Saludos
Saludos,
F.