La máquina de Cronos

La máquina de Cronos es una rueda de la infortuna que no tiene asientos que te permita meterte dentro para ascender, describiendo un arco y luego descender en otro arco que sumados dan una circunferencia perfecta. Viaje que emprendemos por lo regular acompañados de alguien tan hormonado como uno mismo: hablo de la adolescencia. No. Nada más alejado. Esta noria tiene nada de divertido. Está provista de una guillotina filosa que sube y baja describiendo la misma circunferencia, con el mecanismo que ha movido molinos de viento y demás ruedas, más una cinta transportadora tangencial a ella (hablando en término matemáticos) que corre del infinito positivo al infinito negativo, o en sentido inverso. Uno mismo es el que va transportado por la cinta, con la esperanza de que al llegar a la noria la guillotina no coincida con nuestro cuello. Es la noria de la muerte. La rueda de la desfortuna. Lo que uno siente que se le viene encima cuando acepta compromisos: ese lapsus en que no hacemos la conexión necesaria entre nuestra boca y el cerebro, y con un tronante tensamos las moléculas del viento, hasta que rebotan en el oído de nuestro interlocutor: sí, trato hecho. ¿En qué estábamos pensando? La lógica general argumenta que es porque No estábamos pensando, y es entonces cuando, oh cliché!, decimos: no era yo; estaba fuera de mí, enviando un correo telepático.

Pero lo cierto es que para subsistir, más de las veces, nos vemos en la necesidad de comprometernos: aceptando propuestas de todo tipo: nos casamos con adefesios humanos; vendemos nuestro auto que tanto nos excitaba; ahogamos la tarjeta de crédito por más megabytes de velocidad de Internet; o aceptamos dirigir una sociedad mercantil que nos obliga tirar a Ética por la ventana, esa señorita de minifalda. Decimos sí a todo: esperando que nuestra palabra se convierta en un sacrificio recompensado por los dioses. Cuando lo cierto es que los dioses se entretienen con nuestros problemas engullendo palomitas.

Es, pues, la rueda de la infortuna. La noria macabra que nos deja no el rictus de felicidad, pero que al igual que su hermana afortunada, sentimos ese bonito hueco en la boca del estómago cuando la guillotina está así de cerca. La máquina de Cronos, el dios que devoró a sus hijos para asegurarse el trono. Tal vez sea éste el único de los dioses verdaderamente cierto. Él único, que por naturaleza y derecho de antigüedad, merecería nuestro respeto: a él le pagamos todas las facturas atrasadas. Es tan puntual como el fisco, una maquinaria aceitada que da vueltas y vueltas cortando cabezas.

Supongo que a un profeta locuaz, allá en las áridas regiones de Eurasia bañadas por el Egeo, se le ocurrió inventar a todos los demás dioses, y luego los cambio por uno solo, para distraernos del verdadero Cronos. Un dios que nos degollará por los siglos de los siglos, porque en la cinta transportadora vamos todos, allí lo más triste!, incluido el inocente que tan solo por vivir pagará su compromiso con la muerte. El reinado de Cronos nunca perece.

protectedimage.php Esta, en cambio, es la máquina de matar de Calígula en Calígula: terrenal e imperfecta.

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