Viaje de vuelta

Es para mí, desde hace tiempo, una fantasía recurrente: regresar como Ulises al pueblo de donde partí, cuyo nombre es menos poético y trascendente: Javier Rojo Gómez, o Ingenio Álvaro Obregón, o Ingenio San Rafael de Pucté. A efectos prácticos, El Ingenio. Regresaría no solo sino acompañado por mi pareja. En la preparatoria mi copiloto (regresaría conduciendo mi automóvil, a saber por qué), fue un efímero amor adolescente no correspondido, cuya suerte postrera ignoro. El rostro de ese amor adolescente fue mutando conformo conocí a otros objetos del deseo amoroso, que desde mis 16 años no fueron muchos. Lo más significativo de mi fantasía recurrente es regresar, como adulto, y comprometido con una pareja, como si las personas que dejé allá pudieran comprender mi condición homosexual.

Tal vez allí parte del encanto, de su carácter fantástico, pues El Ingenio, tal como lo dejé, permanece naufragando en las aguas de la intolerancia sexual. Más bien, en una mezcla de moral relajada (según una perspectiva católica, religión que impera en mi pequeña Ítaca de la selva), y cohibiciones en otros ámbitos. Un rasgo común que tiene este país, donde los gays deben ser un estereotipo, identificable, para ser aceptado.

En mi fantasía yo y me pareja huimos de ese estereotipo. Regreso, transfigurado, en un adulto exitoso (el automóvil, como una señal de estatus social), y con pareja, a la manera tradicional de haber logrado algo en la vida.

Sin embargo, ahora que ese amor ya no es fugaz ni efímero, sino más bien uno real y presente, con quien cumplo ya siete meses de relación, aquella fantasía de adentrarse en la selva caribeña, desde Veracruz, se ha desgastado hasta quedar como un viejo recuerdo. Aunque no es, no sería, descabellado que una versión más realista del supuesto pueda ser posible.

Ir, desde luego, a aquellos lugares significativos para mí de la mano de él, como lagunas, cerros chatos, ríos, playas y algunas pirámides de mi biografía de la infancia. Todo el sureste mexicano, un mapa en la pared con chinchetas de colores indicando esos lugares en que disfrutaba de soleadas tardes mientras flotaba en un azul turquesa que parecería infinito, o de excursiones espeleológicas para turistas ingenuos como el de aquellas grutas yucatecas. En fin, que para esta versión moderna y anti heroica de Ulises Ítaca es toda una península, en forma de rebanada de pan de caja, a la que me gustaría dar un rodeo y regresar, sin ninguna necesidad de afirmación ante nadie, ni ante aquella gente extraña de El Ingenio. Gente extraña, ahora, relegada a una fantasía.

Mejor extendamos Ítaca, y que se desborde de los límites litorales de la península. Que ese viaje de vuelta incluya atravesar el Atlántico, medio Mediterráneo, y de regreso, en eternos círculos tan amplios como el mapamundi. Mi fantasía ahora, es que el viaje con Randú sea lugar permanente, y que todo sea un constante regreso, a lugares conocidos como a los conocidos por la imaginación, los libros o las películas. O mejor, postergar el regreso a Ítaca, Randú, que allá nadie nos espera pero sí el mundo.

caernarvon-castle

Comentarios

Iván ha dicho que…
Qué belleza.
Web Design Chennai ha dicho que…
Thanks for sharing your knowledge....

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