Xalapa era una fiesta

 

Para él.

Recorrer y aspirar de nuevo las húmedas calles de Xalapa de la mano de Randú, en nuestro segundo viaje en menos de un año. Fue producto de un intenso cabildeo para llevarlo hasta el Hay Festival de este año. Aunque el Hay fue, en sí, sólo un pretexto para cambiar el escenario, pues fatigamos ya lo más accesible del puerto, de día o de noche, esas calles, plazas, callejones, puentes y ciertas playas que hemos recorrido en nuestros casi siete meses.

WP_000223Desde luego que hemos cometido el pecado nefando de procrastinar. En especial yo, que he postergado un proyecto de ingeniería que me agobia. Hoy por la mañana pensé otra vez en el día, el día en el que mandaré toda la ingeniería al carajo, y me dedicaré a trabajar mis textos. Escribir con pausas, sin prisas ni clientes que se preguntan para cuándo entrego los planos. No obstante, era tiempo del Hay. Tal vez, para algunos, sería más productivo si me quedara en casa, y que procrastinara mis proyectos con mis cuentos, pero estar tan cerca de las cosas que me recuerdan a los problemas del trabajo no ayuda.

 

Todos esos hermosos proyectos de ingeniería me agobian, tuitié una vez. Y para rasgar el velo asfixiante del trabajo, Randú y yo subimos al Cerro. Llegamos un poco retrasados según mi plan, pero realmente no nos perdimos de nada espectacular, y a decir verdad, el Hay del año pasado, en cuanto a programa, fue más dinámico. Nada que lamentar, pues el verdadero objetivo era llevar a Randú a estos eventos culturales, y acercarlo un poco a la feria de las vanidades, a ese love parade del que habla Michael Chabon a través de Leer, el chicho maravilla de Wonder boys (al menos en el versión del cineasta Curtis Hanson).

Nuestro primer evento fue una charla con Nettel, Herbert y Giralt Torrente, sobre la familia. Nettel fue la más articulada, y Herbet el más inteligente. Giralt Torrente estaba verdaderamente nervioso (tal vez la demasiada iluminación), pero en general los tres discurrieron sobre el tema, a pesar del presentador, un pesao. Herbet dijo: la familia es una ficción. Y Nettel: la familia tradicional se fue al carajo en los setentas. Giralt Torrente, menos aforístico, se explayó explicando que en su novela (Tiempo de vida) acotó la Realidad para concentrarse en la relación con su padre. Quizá ya he, como los meandros, dado un vuelta larga por otros asuntos, puesto que me había decido a contarlos sobre los dos días felices de Randú y este su bloguero en Xalapa.

WP_000227Salimos del Teatro del Estado y me formé para obtener un autógrafo de Herbet. Randú nos tomó una foto. Allí, mientras esperábamos la llegada de Dione quien nos daría alojamiento, hicimos planes para mudarnos a la ciudad de calles empinadas, donde estudié una carrera y perdí ciertos rasgos de mi infancia. Donde aprendí a vivir lejos de mis padres y logré, un poco, ser independiente. Una nueva etapa en aquella serrana ciudad, con él, el hombre que amo, podría revitalizar mi producción más si aprovecho, ahora sí, mi cercanía con nutridas bibliotecas públicas. No tardó en llegar Dione, y nos fuimos a su departamento.

Más patrullada que nunca, encontré a Xalapa. Convoyes de policías estatales y del ejército pasaban completos como en un noticiero de los noventas sobre la guerra albanokosovar. Siempre es para mí significativo contar que el primer año del tercer milenio yo aprendí a vivir sin mis padres, mientras cursaba una carrera, y lo más remarcable eran WP_000235la apretada neblina que se posaba sobre la ciudad como un glaucoma. Años después la poda intensa de araucarias ha expuesto la ciudad al sol, y secado sus esquinas más escondidas, pero no faltan los días de otoño para revivir el antiguo clima templado que quien vivió en Xalapa añora. Yo, en realidad, la odiaba. Prefería estar a escasos metros sobre el nivel medio del mar.

Y pese a que vivimos tan cerca del él, Randú y yo, como casi el millón de habitantes, le hemos dado la espalda al mar, y dejado que se convierta en la piscina preferida de los chilangos. Tal vez uno se aburre pronto a lo que tiene más cerca. Sin embargo, el tema de vivir en las faldas del Cerro, volcán apagado, renació cuando salimos por la noche del sábado de la última conferencia de las cuatro a las que asistimos: La creatividad, que impartieron dos escritores sudamericanos y Adolfo Castañón, un auténtico erudito poco recompensado.

Sin embargo, no pudimos completar mi plan. Tenía pensado que fuéramos a visitar mi pensión de estudiante, así como mi antigua y odiada facultad de mis amores, pues una nueva amistad, Marian, nos acompañó en las actividades del segundo día. Con ella entramos a ver Bola negra, el musical de Ciudad Juárez, una película de cine experimental dirigida por Mario Bellatin, el único escritor mexicano que sabe dialogar con todas las demás artes, cosa demostrada por el filme: cruce de ópera a cámara, documental,WP_000243 videoarte y literatura. El nombre de Ciudad Juárez no es gratuito: se grabó en la ciudad más violenta del mundo. Allí, cámara en mano, Bellatin y su codirectora exploraron las más recónditas esquinas del Infierno en la Tierra, mientras leída y cantada en ópera por un coro de niños y niñas (que engrosarán las estadísticas de sicarios y desaparecidas), Bola negra, el cuento del autor, desgarraba la realidad. Tampoco es gratuito que, en una sociedad quebrada como la de Juárez, un manco como el célebre de Lepanto experimente con el cine y la literatura, para reinterpretar la Realidad. Imagina el mundo, reza el slogan del Hay Festival. Imagínalo, pero no huyas, contesta Bellatin con su película.

Después de Bola negra, Marian, nuestra nueva y muy generosa amistad, nos invitó a probar comida huasteca. Lo agradeció mi paladar pero lo lamentó mi sistema digestivo, pues el médico me había dicho, el muy cabrón, que no consumiera grasas. Pasé un poco las de Caín, aunque no golpeado por mandíbula de burra sino por mi estómago frágil, pues la huasteca me cayó un poco pesada. Sin embargo, sobreviví.

WP_000248Bajo un típico aguacero, como esos sólo el Cerro sabe regalar a sus hijos, navegamos por las palabras de Wole Soyinca, Nobel nigeriano poco leído por estas tierras. Parecía un Viejo Dios de la Naturaleza, y convertidos allí como los escuchas junto al fuego en una aldea subsahariana, Soyinca habló sobre los crímenes de la religión, el límite de la libertad de expresión, y el compromiso del escritor. Se lamentó, un poco, de dejar que su producción literaria fue contaminada por su activismo político, pero aceptó que era un rasgo inherente a su personalidad. ¿En un lugar como África, cómo cerrar los ojos? Más valen Soyinca, Coetzee y Vargas Llosa, que millones de Vila-Matas, esos escritorzuelos que viven con la cabeza en el ombligo. Tal vez sea tiempo de conseguir los ensayos del nigeriano. La lluvia, en toda la conferencia, no escampó.

WP_000247Después del Nobel nos despedimos de Marian. Quedamos en vernos de nuevo, mientras Randú y yo resolvimos regresar al Puerto, después de la conferencia de Castañón et. al. No obstante, no corrimos a la terminal como antaño, en la FILU, después de la presentación de Krauze. En lugar de eso, recorrimos los micropasillos de la miniferia del libro. Adelgacé la cartera con cinco libros: cuatro títulos de la Biblioteca del Universitario de la UV, y otro de poemas de Castañón, editado por la UV. Una vez pagados, ora sí, corrimos a la terminal de autobuses. El glaucoma se había posado sobre todas las casas. La niebla era tan densa que el agua se decantaba en gruesas monedas frías. Subimos a un bus y en 20 de noviembre nos apeamos. En la calle de nuevo, le dije a Randú que se detuviera, para que apareciera la intensa llamarada de los arbotantes de la calle, que consumían a la neblina como un gas noble.

Xalapa era una fiesta, bullente de hipsters, escritores anónimos, lumbreras literarias y otros fósforos consumidos, en un desfile del amor por las mismas calles que ahora acogen a Pitol, maestro sensei de la Universidad Veracruzana. Pero en el futuro, ¿a Randú y a mí nos acogerá Xalapa? Tendremos que trabajar parar lograrlo.

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