¡NO AL PRI!
A mi abuelo Antonio el coraje lo mató. Se le metió en las entrañas hasta desgastarlo, pero nunca, en sus últimos días, dejó de ser el hombre admirable que yo conocí de niño: hombre gallardo, mirada franca y firme apretón de manos con la que conquistó amistades. Mi abuelo creció en el campo y después trabajó toda su vida en una fábrica de azúcar. Pertenecía al sindicato y allí hizo una carrera política que lo llevó a un cargo muy alto. De vivir en una provinciana ciudad, se mudó a vivir, por un tiempo, al DF, y viajó en aviones a donde quiera que el sindicato lo requiriera. Y con decir que sirvió para un sindicato también digo que sirvió para el PRI, partido en el que estuvo afiliado desde siempre. Llegado el tiempo de que mi abuelo subiera a dirigente de su gremio, acató una decisión cupular y guardó sus intenciones, fiel al partido. Su contrincante era un amigo suyo que lo traicionó. Que traicionó todo lo que mi abuelo creyó que era bueno: apoyos escolares para los hijos de obreros; torneos deportivos entre obreros; que cada obrero accediera a vivienda digna y todas esas cosas por las que un obrero pertenece a un gremio. Sin embargo, mi abuelo nunca dejó de ser del PRI, aún cuando su líder sindical congeló el pago de su pensión que debía recibir por ley. Mi abuelo murió en espera de su demanda.
El PRI fue para muchos hombres la religión, el camino, el opio, el único modelo, la forma infinita, la familia, el trabajo, la estabilidad. El PRI imperaba en la vida social como en las mentes de las personas. El PRI era un sindicato, un gremio, una decisión del Presidente, y con el PRI se hizo todo y fuera de él era imposible hacer algo. El PRI dio vida a muchos hombres y los mató cuando quiso. Fue el Sistema, Santo Grial, Modelo de Desarrollo e Instituto Electoral. Hacía instituciones que funcionaban según la lógica corporativista. Y entre su máxima institución se cuenta la Obediencia Al Partido. Una obediencia que gracias a los caprichos el presidente imperial en turno mutó en prácticas corruptas que hoy son parte ya de nuestros usos y costumbres. Porque, ya sean dentro de él o en la oposición, el PRI fue el sol en el que todo giraba y su irradiación impregnó a cualquier otro partido. No es raro hallar en nuestro país a personajes de otros signos políticos instaurando prácticas que el Sistema hizo una Ley más grande que la Constitución.
El PRI como Proteo cambia de rostro cuando uno lo quiere asir pero en esencia es el mismo. Aún cuando no poseen la silla presidencial, los gobernadores priistas obedecieron a sus prácticas y se saltaron las auditorías federales gracias a los prestanombres. En algunos estados la mafia (antes controlada desde el Poder) creció y se agenció un derecho que, con el intento fallido de combate que ha hecho nuestra versión tropical de Napoleón, ha llegado a niveles de horror supremo, dignos de las peores pesadillas. Ex gobernadores priistas ligados al narcotráfico brotan cada día como mala yerba en el monte, e incluso un cercano operador al candidato presidencial del PRI está acusado de lavar dinero. Acusado por Estados Unidos, cuyo sistema de justicia se revela más eficiente y eficaz que nuestra inútil PGR.
El PRI crió a un cuervo que creyó enjaulado. Acorralado por el actual gobierno pragmático, la mafia picotea en la cara de cualquiera, defiende un territorio como suyo y reclama una permanencia que le fue permitida por el Sistema. El choque de fuerzas ha provocado miles de muertes que van en aumento. Por un lado la cerrazón militar de un presidente y por otro el permiso de gobernadores a cambio de unos pesos, mientras la mafia se regodea en su horror, un horror que alcanzó a mi familia. Mi abuelo murió antes de las elecciones de 2006. Nunca se hubiera imaginado estos días. Digamos que murió a tiempo. Que nació con el Partido apenas los revolucionarios depusieron las armas, y murió en la elección en la que su Partido se hundió en un tercer lugar.
Este año parece que el Sistema regresará al poder. El PRI aprendió de sus errores y se deshizo de sus elementos conflictivos. Desechó a líderes sindicales desobedientes y desde su estructura lanzó a los medios un figurín vacío que es más cara bonita que discurso. Acéfalo, el PRI pudo vivir gracias a la pluralidad democrática en las cámaras legislativas y los diversos gobernadores. Y desde sus múltiples caras, se reformó en un candidato que es más que el propio presidente del partido. Obediencia, ley priista.
Frente al dinosaurio que en y por la tele amenaza, ¿qué hacer?
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Por estar con Randú, participé en la marcha anti Peña Nieto que organizó el colectivo universitario #YoSoy132 a principios de junio. En mis tiempos de estudiante universitario, en el mismo año en que cambiamos de década, sexenio, siglo y milenio, el 2001, la única preocupación fueron las Torres Gemelas. Nada nos llamó más la atención que la guerra de EU contra Afganistán porque el panista Vicente Fox pisoteaba con sus botas la casa presidencial. Él juró sacar al PRI de Los Pinos un año antes, tan sólo, que ya sentíamos vivir en paz y con Dios. Excepto los terroristas islámicos, que eran como los lobos de Pedro y el lobo. En el estado gobernada Alemán Velasco. Había una especie de calma, y el barrio en el que yo vivía era tranquilo, húmedo, frío, apacible. Mis únicas preocupaciones eran mis tareas ignoradas, los proyectos de los profesores pospuestos, el insoportable clima, alguna enfermedad respiratoria, las constantes descomposturas de mi computadora, mi soledad, mi condición homosexual reservada a los ojos de mis compañeros de clase, el cine y los libros. Se decía que Alemán Velasco robaba (lo usual) del gobierno del Estado. Se decía como un rumor, en los taxis, en los puestos de tacos. Yo sólo compraba el periódico para ver la cartelera y nunca supe de dónde salían esas ideas. En 2001, año que refiero, tenía 17 años y estaba aprendiendo a vivir solo, fuera de casa, lejos de mis padres, en una ciudad extraña, con un clima poco piadoso, en un ambiente escolar nuevo pero estimulante. No tenía televisión porque no servía, y no había dinero para repararla. Tenía un radio donde, a veces, sintonizaba a Pedro Ferriz de Con. Si no, ponía música en mi computadora. Fui de las primeras generaciones en disfrutar de las comodidades del MP3. Los celulares no enviaban mensajes de texto y ni Google ni Youtube existían. Internet no era una herramienta de búsqueda pero sí un lugar para conocer extraños de otros lares en sitios como LatinChat.
En aquella edad leía un libro de filosofía para adolescentes escrito por Jostein Gaarder, y de esas ideas escribía uno que otro poema. Mis preocupaciones nunca fueron políticas o sociales, y cuando mi amigo Raymundo hacía comentarios de ese tipo, yo y los demás lo censurábamos con un comentario burlón. Él había llegado a Xalapa emigrado de Chicontepec, un municipio indígena. Pese a su rudeza en el trato, le tomé afecto como a los otros que con el tiempo se convertirían en grandes amigos. Era afín al Che, a Marcos, al PRD y todas esas cosas. Se burlaba de las normas sociales y parecía siempre inconforme. Yo era todo lo contrario: un hijo conforme de clase baja bien alimentado, graduado con 9.7 de una preparatoria de paga, a quien las realidades sociales eran cosas extrañas, y que se sentía bien con el PAN en el gobierno. Porque en la tele decían que con el PAN en el gobierno todos estaríamos contentos y nada podría pasarnos.
En el 2004 tenía 20 años, estaba en el séptimo semestre de mi carrera de ingeniería y vivía en el centro de Xalapa. Me gustaba leer novelitas cursis y asistía a mis funciones de cine de los miércoles a Cinépolis. Herrera y Buganza competían para la gubernatura; la noche fría del domingo 5 de septiembre llegué a mi departamento y prendí la radio; sintonicé la estación del Gobierno estatal. Estaban dando, con tranquilidad, a Herrera como vencedor de la contienda. Poco recuerdo de aquel proceso electoral. Me hubiera gustado que ganara Buganza por el PAN, porque Fox llevaba muy bien los asuntos del gobierno federal y a mi familia le iba cada vez mejor, con mi padre trabajando en una petrolera. Algunos detalles de aquella campaña estatal destellan en mi memoria. Como cuando PRI y PAN se acusaron de regalar despensas, material de construcción, tarjetas telefónicas y el día que Fidel salió en la tele diciendo que las sombrillas que Buganza repartía las hacían en China, mientras que las suyas las hacían aquí mismito, en tierra azteca.
En la escuela no había tal efervescencia, y nuestros profesores poco o nada comentaban sobre el caso. El más interesado en aquel proceso fue Raymundo. Poco discutí con él sobre el tema, salvo el chascarrillo habitual. Decía que prefería a Dante, de la izquierda, pero un amigo común priista nos decía que Dante no era más que un viejo priista, y que con Fidel todos íbamos a estar con Dios. Ninguna álgida discusión; en cambio, muchas bromas, dolores de cabeza por las tareas y tareas y exámenes: así se nos fue el 2004 y el resto del semestre. El séptimo fue uno de mis mejores semestres académicamente hablando, pero uno pésimo en mi vida personal. Como muchos adolescentes, encontré un buen refugio en el porno, y en la colonia de Veracruz donde vivían mis padres hallé un café internet con cabinas donde descargué cada fin de semana todas las imágenes que me fueron posibles, con las que me masturbé cada que podía en mi departamento de Xalapa.
En mis 20 años, como a mi 17, me dediqué a ser un estudiante más, y poco sabía de otras cosas. Compraba el Diario de Xalapa para ver la cartelera, y me coleccionaba las revistas Conozca Más, Cine Premiere y Muy Interesante. Me hice, según un papel, pasante de ingeniero, en 2006, a mis 22 años. Nunca me vi a mí mismo poseyendo tal título. Aún me sentía bastante inmaduro como para aceptar responsabilidades. Sin embargo, me gradué. Después de salir de la escuela en febrero de 2006, me mudé a casa de mis padres, en Veracruz. Me dediqué a leer, escribir mi proyecto literario de sci-fi, y a trabajar en mi memoria. Y desde luego, la cuestión político electoral estaba en su punto. Las campañas habían comenzado uno, dos años antes. El jefe de gobierno había estado envuelto en la polémica: desafuero, populismo, su forma de hablar, sus ideas extrañas, y todo lo que se dijo. En lo personal, sus segundos pisos me parecieron las obras mesiánicas dignas de un emperador romano. Recuerdo que eran frecuentes las inundaciones en el DF, y se le acusaba al jefe de gobierno de olvidar el problema del alcantarillado. Como el de la seguridad, por un día sí y otro también, era posible ver en la tele asaltos a mano armada.
Vamos, yo no simpatizaba con mi paisano. Conozco a mis paisanos de Tabasco y siempre me han parecido cerrados, tercos, biselares y temperamentales. No se me antojaba tener a alguien con tales características comandando los asuntos del país. Una de sus ocurrencias era que despacharía desde Palacio Nacional, y se olvidaría de Los Pinos. Parientes en Ciudad de México referían acarreos, compra de voto y coacción por parte del GDF para apoyar al candidato de las izquierdas. Sea como fuera, me pareció que el pragmático yunquista de Calderón era el menos peor de aquella terna. Madrazo no era más que una versión mil veces peor que AMLO. Mis percepciones de los candidatos se confirmaron, tanto y tanto, cuando leí los perfiles de los tres en el número afamado de Junio de la revista Letras Libres (pues era la única revista que conocía), con su López Obrador ascendiendo al cielo tropical. Ninguno salió bien librado de los análisis ahí publicados. Calderón representaba a un retrógrado conservador que incluso temía el uso del condón, y que como funcionario de energía se había otorgado un préstamo así mismo, que si bien no era ilegal, sí poco ético. Por otro lado, Krauze remarcaba los puntos religiosos del discurso de AMLO, y su poco apego institucional. Por aquellos años, como ahora, desconfiaba de los partidos políticos, pero más del PRD. Prefería a Patricia Mercado, y hubiera votado por ella, pero preferí el voto útil.
En abril de 2006 murió mi abuelo, rodeado de casi toda su familia. Había padecido de constantes diálisis renales de un riñón, porque el otro ya se lo habían extirpado. Se sostuvo hasta sus 78 años haciéndose diálisis diarias cada cuatro horas desde el 2002, un año después que entré a la universidad, cuando le diagnosticaron la enfermedad. En su casona de la colonia obrera donde vivió desde que el sindicato repartiera esas casas a sus agremiados (una casa con amplio terreno hacia donde se incrementaron los metros cuadrados habitables, convertidos en cuatro espaciosas recámaras y dos baños completos, más dos comedores, sala y antesala), y en la que crió a la mayoría de sus hijos y recibía a familiares y amigos. Para mí era la casona de toda la vida, lúgubre por las noches, ruidosa e iluminada en el día. Fue ahí, en su cama, con el cuerpo consumido por los agentes tóxicos en la sangre que ya no podían drenar su maltrecho riñón, mi abuelo murió invocando a su hermano Dámaso y a Pablo, el mayor de sus hijos. Unas semanas antes, en compañía de una comitiva de sindicalizados disidentes, acudían a las oficinas de un bufete de abogados para llevar los asuntos de la demanda que habían interpuesto contra su líder sindical. Le hubiera gustado a mi abuelo saber que Enrique Ramos fue depuesto dos años más tarde, acusado de un millonario desvío de fondos. ¿Cómo podría ese año pensar siquiera en votar por Madrazo? ¿O por alguien que se la parecía, pues AMLO había militado en el PRI?
Por lo menos Calderón había militado desde siempre en el PAN. Y con esa idea en la cabeza asistí el 2 de julio a votar a una casilla especial de Veracruz. Por la noche viajé a Xalapa para presentarme el lunes a mi trabajo, en una oficina de ambiente relajado. Y lo fue hasta el 3 de julio. Cuando el conteo rápido daba el triunfo a López Obrador, los ánimos decayeron, como la Bolsa de Valores. El trauma post electoral (debido a un posible triunfo del ex jefe de gobierno) no terminó hasta bien entrada la madrugada del martes. Vivía en el departamento de un amigo tabasqueño, que prefirió al PRI. Con él y otros tabasqueños monitoréanos por la TV abierta el conteo del IFE. López Obrador se mantuvo bastante arriba hasta antes de media noche, y después su contrincante remontó. Todo terminó en un minúsculo porcentaje a favor de Calderón. En los días posteriores se dio la mega protesta de récord Guiness que conocemos, donde los ultras leninistas-stalinistas del PT se regodearon en su discurso revolucionario alucinógeno.
Yo, como millones, incluidos sus votantes, nos decepcionamos del tabasqueño, ya que si algún rasgo positivo tenía, lo había perdido. Pero la confrontación social no terminó hasta el 2007 o 2008, aunque yo di por terminado el asunto en 2006. Me dediqué a sacarle jugo a mi título de ingeniero en una empresa de proyectos donde mi sueldo ere menor pero saludable. Sin embargo en 2008 Calderón me agradeció con el IETU, un impuesto especial peor que Belial. De los $6,000.00 mi peculio se vio reducido hasta unos $4,100.00 mensuales, si bien podía comprobar gastos con facturas. El IETU prácticamente me arrancaba mil pesos en cada declaración mensual, a pesar de mi comprobación de gastos. ¿Me indigné? Acepté con responsabilidad el voto emitido y tomé conciencia de la responsabilidad de votar. Entendí entonces porqué Calderón era un pragmático, y caí en la cuenta que eso quería decir que era más bien un tecnócrata, que como Zedillo se inventa malabarismos en materia económica pasando por alto la cuestión social. Eso sí, no me uní a los amlovers, quienes insistían en el fraude, y acusaban a los empresarios de haber impuesto al ‘espurio’. Pues el espurio les agradeció con el IETU, que podó sueldos y ganancias por parejo.
Seis años después el escenario es diferente. El candidato de las izquierdas se presenta en la contienda, otra vez. Nuevos perfiles se han escrito sobre él, y los renegados de siempre no han cambiado su discurso. Durante el sexenio el PRI reacomodó sus cuadros y todos se alienaron al proyecto del Grupo Atlacomulco. Aprovecharon las arcas millonarias del Estado de México que era el gobernador Peña Nieto que era el PRI (una versión del viejo Sistema imperial en miniatura), para comprarle servicios publicitarios a Televisa. ¿Pero cómo, si la ley electoral lo prohíbe? Si bien la ley electoral resultante de aquel lejano 2006 prohíbe a cualquiera comprar espacios en radio y TV para anunciarse como candidato, el PRI y Televisa acordaron anunciar los logros de un gobernador. Pero Televisa vendió su publicidad a otros gobernadores, como a Emilio González, panista de Guadalajara, y también a Marcelo Ebrard, quien salía un día sí y otro también como el mejor alcalde de la ciudad de la esperanza. Pero fue el PRI el que se llevó la mejor parte. No sólo anuncios insertados, sino también entrevistas pagadas y publirreportajes en revistas. Es decir, mientras las izquierdas insistían en el fraude y la “mafia”, otra mafia les tomó la delantera con una campaña que se burló del IFE y todas las regulaciones habidas y por haber.
Cuando las izquierdas despertaron, el dinosaurio seguía vivo. Demasiado tarde, cambiaron el discurso y rediseñaron la estrategia. Hoy el ‘fraude’ quedó atrás y el espurio pasó a ser el presidente Calderón. Todo para remontar, incluida campaña amorosa. Cero confrontación, pero sí reconciliación. ¿En un país lastimado por la violencia desatada por nuestro pragmático Napoleón tropical ese discurso sirve de algo? Por lo menos la campaña de López Obrador, y las campañas en general, desplazaron a la nota roja en los noticieros. ¿Y si la reconciliación con sus adversarios hubiera sido dos, tres años antes? Hoy no parecería una “imposición” de un grupo minúsculo de interesados con el PRI, y la fuerza de la izquierda sería mucho mayor. Por ello Ebrard, quien sí tuvo presencia en medios, y premios internacionales como “el mejor alcalde del mundo”, es quién debió presentarse en la boleta, él, con sus altos positivos y una inteligencia superior incluso a la de López Obrador. Por otro lado Ebrard, al declinar, demostró que sus intereses están puestos en un proyecto y no en su persona. Pero eso es ya agua pasada. Las izquierdas se unieron, y si bien el ungido no es de toda mi gracia (y criticarlo será un ejercicio constante), es necesario definirse por él porque las circunstancias lo exigen.
Pero, frente al dinosaurio que en y por la tele amenaza, ¿qué hacer?
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Gritar.
Salir a las calles y gritar consignas.
Con pancartas y carteles en mano, hechos de cartulinas y plumones de colores, gritar para despertar conciencias.
A pleno sol, en plena lluvia, salir a gritar y tomar las calles, arrebatar el megáfono y arengar a la gente.
Gritar, a 40 °C sobre la plancha de concreto, entre el arroyo vehicular, gritar porque se aviene lo peor de México.
Participar en la fiesta, ser el ritual. Ser tribu gritona, y entre grito y grito de ¡NI UN VOTO AL PRI!, hacer política sin los millonarios recursos de la política.
Ser tribu y contingente; ser fotografía y vibración de las moléculas del aire.
Gritar porque la preocupación del retorno del PRI es una documentada, pero más que eso, padecida.
Salir y tomar las calles y ser tribu y celebración democrática para no vivir a la ene potencia lo que se vivió, lo que se vive hoy con una versión menor de aquella Presidencia Imperial.
Gritar NO, NO al Ogro Filantrópico.
Gritar NO, NO a la Dictadura Perfecta.
A quien beneficie, quien lo organice, gritar sobre todo ¡NI UN VOTO AL PRI!
De la mano del hombre al que amo, ¡NI UN VOTO AL PRI!
Aunque no soy universitario, y no sé si #YoSoy132, ¡NI UN VOTO AL PRI!
Porque antes que nada soy ciudadano, y de mis impuesto alimento tanto lo bueno como la corrupción, ¡NO AL PRI!
Aún espiados por pseudoperiodistas pagados por el gobernador priísta, pájaros con cámaras en mano, irrumpir en el aire y en la plaza pública con un misil: ¡NI UN VOTO AL PRI!
Porque esto no es plantón, sino un rio de insubordinados, que equivocados o no, a grito pelado avanzan: ¡NI UN VOTO AL PRI!
Lanzar un proyectil de protesta contra las encuestas que lo encumbran como favorito, ¡NI UN VOTO AL PRI!
Porque la fórmula de corrupción-muerte, corrupción-muerte, corrupción-muerte, corrupción-muerte como lógica para gobernar al más viejo estilo del Ogro Filantrópico amenaza con regresar, ¡NI UN VOTO AL PRI!
Porque más vale posible mesías del trópico que viejo conocido diablo, ¡NI UN VOTO AL PRI!
Si fue demasiado tarde, mejor gritar ahora que callar después. Por la memoria de las víctimas del 68 y del 71, sorrajar en la cara bonita del dinosaurio: ¡NI UN VOTO AL PRI!
En la tribu, en la celebración democrática, lanzar de la boca el proyectil: ¡NI UN VOTO AL PRI!
Para poner a prueba la libertad de expresión, ser tribu en las calles y celebración. Ser un grito ecuménico y obús teledirigido, por los mismos canales, en su territorio:
¡NO AL PRI!
Comentarios
Un místico decía que cuando el tirano gobierna no se puede luchar contra él porque te despedazará, entonces, la única opción, dice el filósofo, es mantenerte en tu centro, sin ceder, sin avanzar, ser la piedra clavada en el río que, a pesar de la corriente, no se mueve ni un milímetro de su lugar, de su dignidad.