La ficción, una quimera

Para Josué Randú

 

Constituía un placer especial tirar líneas y líneas sobre la blanca hoja del Word de lo que sería una novela. No una novela, sino una Gran Novela. La Novela por la que valdría la pena el desayuno, la comida, la cena, los viajes, los saludos, la compra de libros, las lecturas y las crisis económicas. La obra, pues, que justifique la existencia del escritor en ciernes que, más que en ciernes (o que está en vías, como un país, mejor dicho, como su país que avanza en las eternas vías del desarrollo, pero que nunca llega a ningún lado), decíamos, en vías de ser escritor, y eso, la novela es lo que está esperando y línea a línea ya la ve esculpida, terminada y sobada y abrazada. Y algunos pares de semanas después, esas líneas y párrafos y páginas y horas-nalga tienen forman, tienen vida: es el engendro del artista.

Y cuando me refiero en abstracto al escritor, esa rata que merodea en lugares polvorosos, pero que si le dan la oportunidad perora en redes o en blogs para pretender su inteligencia, hablo más bien de mí. Habla de lo que sabes, dice el adagio, y sé lo que significa teclear por meses en busca de una quimera. ¿Dónde quedó aquella idea?

Abandono las generalidades y hablaré de mí, que de mí se trata. Abandoné mi primer intento de novela cuando comencé a maquinar historias previas a la principal. Creí necesario hacer un tomo de cuentos que hablarían de un antes, y así escribí dos. Yo escribía ciencia ficción; o al menos mi versión de la ciencia ficción. Tenía como referentes librescos a Asimov, C. Clarke, y una novela de K. Dick. Es decir, mi gran universo de autores eran… tres. Asimov era mi autor de cabecera. Leí una recopilación de sus cuentos, más una saga. Comencé la novela a los diecinueve años, y los cuentos los maquiné a los veintiuno y veintidós. Fueron, en realidad, varios años que anduve con esa maldita historia en la cabeza. Lo increíble es que, estando tan falto de lecturas (no contaba con más de treinta libros leídos), yo escribiera con tanta fiebre y arrojo. Con tanto espíritu juvenil.

Con el tiempo leí y releí los papeles sueltos que me atreví a imprimir. Con el tiempo, también, se incrementaron mis lecturas, más allá del sci-fi. Aparecieron obras y escritores más serios. Y luego apareció mi crítico implacable IP que los destrozó sin piedad. Bueno, destrozó el par de cuentos del mismo proyecto que le envíe. Avergonzado, ya no le envíe la novela. Reconozco que no pude defender ambos cuentos cuando estos fueron discutidos. No me salían las palabras, pero en el fondo, pensaba ¿por qué esa clase de preguntas si escribo lo que se me da la gran regalada gana?

Claro que un autor escribe lo que se le da la gran regalada gana. Así han escrito desde Shakespeare hasta Flaubert. ¿Entonces, llegué a preguntarme, un poco más maduro ya, es el arrojo pasional o es la contención madura lo que debe reflejar una obra literaria? Hace apenas un año (días más, días menos), conocí por Facebook a un escritor joven (que ronda sus treinta). Leí textos suyos en internet y fue suficiente para enamorarme de sus letras como ama de casa normanda. Más tarde leí uno de sus primeros libros; un tomo de cuentos. Y esos cuentos reflejan arrojo, pero más bien trabajo. Reflejan que el autor escribe sobre lo que quiere, pero también se contiene. Que fluye el río, fluye. Que en sus márgenes se contiene, se contiene. Entonces la clave está en ¿qué quiero escribir? Ah, qué pregunta tan difícil. No me atrevo a formulármela.

¿Sobre qué quieres escribir? Preguntaría mi madre si mi madre entendiera algunas cosas sobre escribir. Por ahora, no sé. Por muchos años pensé y todavía sigo pensado que para ser escritor se debe producir ficción: en cuentos, en novelas. Que la ficción es el centro, el meollo, la cuestión primera, la obligación única e indivisible. La ficción, tu primer deber como escritor. Y como me atoré en mi primera novelita de sci-fi y ese mi primer trabajo con la ficción se me atoró, decidí explotar las posibilidades del blog.

En diciembre de 2006 nació este blog que tenía intensiones de ser más gay, porque ya gestionaba otro blog neutro, y él abordaba mi pasión sci-fi. El blog gay lo firmaba con un nombre ficticio, y maquiné historias improbables. Es decir, que en 2006, y sin pensarlo, nací como bloguero. Y es el único título que puedo ostentar ahora.

He, desde luego, participado en concursos y en talleres y en muchas discusiones literarias, he tratado de venderme como un escritor que tendrá sus novelas y sus tomitos de cuentos. Seguro eso pasará, pero por hoy sólo puedo decir que escribo post. Que me he dedicado a alimentar mi blog. Que mi blog, pese al tiempo, no ha sido tan exitoso. Que tiene muchas visitas, pero no demasiadas. Que mis post no generan comentarios. Que la fan page de mi blog en Facebook no es popular. Que sólo mis amigos me leen. Que llegué incluso a promocionarme y a llenar de spam las bandejas de desconocidos para que me leyeran. Que incluso como bloguero, fracasé.

Sin embargo, alimento al blog. Y el blog se alimenta de visitas que se incrementan. Llegan desde Rusia, según los contadores del servidor. ¿Y si mi atengo sólo a esto, dónde quedarán mis arrojos juveniles por maquinar mi novela, mi Galatea?

Desde luego que los ensayistas y críticos literarios también son escritores. Cuando asistía a la primaria (por ahí de quinto o sexto), el profesor (que departía todas las materias), nos dijo que Octavio Paz y otros eran “ensayistas.” En-sa-yis-tas. Nunca entendía esa palabra, porque nunca, el profesor, nos acercó a la literatura, ni mucho menos a los libros. Si él nos hubiera puesto a leer un cuento, y luego un poema, y luego una pequeña novela, sabríamos que el ensayo es ese texto que no es ni cuento, ni poema, ni novela. No sé si desde entonces le tengo reticencia al género. Me he dicho, y no frente al espejo, que yo nunca podré aspirar al ensayo. Es un género reservado para los sabios. Gentes que han pensado y estudiado un tema específico, y no necesariamente literario. Y desde esa posición privilegiada, ensayan. ¿Sobre qué puedo yo ensayar sino no tengo más que mi título mísero de ingeniero?

¿Entonces, qué produciré ? Mis flechas apuntan hacia la ficción. Pero tengo unos cuentos atorados. Incluso desconfío de todos, salvo de uno. Ahora me dedico a escribir una reseña literaria cada domingo. Reseña, más no crítica, puesto que estudios literarios académicos no tengo. Estoy alimentado de los casi casi trescientos libros que llevo leídos desde que comencé a leer (doce años). Pero tres cientos de libros no son suficientes y ya he hablado de que eso es más bien un déficit. Lástima que las reseñas, en este país, no sirvan para hacer carrera. Por lo pronto, soy bloguero. No sé si las académicas aceptarían llamar bloguero a un escritor que postea textos extensos. Ojalá. Claro que aspiro a mis trabajos de ficción, pero la ficción se me hace humo entre las manos y el arrojo juvenil que constituyó un placer infinito de tirar una línea tras otra parece habérseme fugado. La ficción anida en mi cabeza. ¿Cómo la saco de ahí?

Chimera

Comentarios

IP ha dicho que…
Querido Bloguero: se extrañaba ya leer un post donde aparecieras tú netamente. He leído tus reseñas en SAHERCO y me parecen buenas, atinadas, contenidas y producto de la reflexión; así que probablemente puedas aprender esa contención que buscas en los ensayos, las reseñas, la pintura, la danza… en cualquier otra manifestación que no sea la escritura. Uno pierde el desenfado de escribir cuando se da cuenta que es un oficio difícil, que los escritores lo hagan ver fácil es otra cosa. Cuando uno madura como lector y escritor se le cae el velo de la candidez juvenil, se da cuenta que no es un gigante, que está parado en hombros de uno.
Últimamente has comenzado a vivir, vivir con más intensidad, y esa es la clave para encontrar el qué de la escritura, pues el cómo aparece después de muchas lecturas, de entrar en contacto con varias artes o con varios oficios. La voluntad de escribir ya la tienes, sólo hay que estar atento a lo que pasa a tu alrededor.
Ojalá se te lea más seguido por acá.

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