Tal vez
No he visto a ningún joven escritor reconocido, ya con varios libros publicados, que se queje tanto por lo que le pasa o deja de pasar. No he visto a ningún joven creador que transmite ni con la vehemencia, recurrencia y necesidad, en redes sociales o en su blog personal, sobre las grandes tragedias que lo alejan de su diario, bloc de notas, novela, cuento, o cualquier proyecto literario. Los jóvenes narradores que admiro, se cuidan de no dar estas bochornosas muestras de sí mismos. En cambio, trabajan en sus ficciones y parece que en ellas han encontrado el mejor vehículo para expresarse, si es que han transformado un vejamen o tribulación personal en materia literaria. En cambio, yo no.
En más de un post he dado cuenta de mis fracasos, errores, equivocaciones, tropiezos y torpezas. ¿Busco algún efímero consuelo? Soy ya un adulto joven de casi veintiocho años, graduado y titulado de una universidad estatal pública, con algo de experiencia, que en el ejercicio de ella ha dejado “sus principios” en el cajón y que, además, desde los dieciséis ha usado, con un apasionado impulso juvenil, a la escritura como vía para trabajar sus ideas, historias, sorpresas, lamentos y demás. Más de diez años en los que busqué amigos afines, lectores, conocedores, expertos. Y en la mayoría de ese tiempo logré poco en mi producción (en calidad) y mucho en lectura, aunque sigo sin el ser el gran experto en un tema, género y autor, ni mucho menos experto en los temas literarios. Que cargue con un pasado estéril de cultura libresca (y Ernesto Reséndiz Oikión agregaría, “pero fértil en aventuras”), no podré cambiarlo y me pesa.
¿A qué viene todo esto, y no sigo el ejemplo de los jóvenes escritores que admiro, y en cambio repito la quejica de siempre? Debe ser el exceso de trabajo. “El libro de Daniel” es una novela de Doctorow, de cuatrocientas páginas, que ya debí haber terminado. La comencé el dos del presente, y hoy está a la mitad. La he dejado por compromisos, y por estupideces. Me había prometido tanto, y entre eso, no dejar de leer. Me había prometido escribir todos los días, pero desde el 25 de noviembre del mes pasado, no doy con las palabras.
P******* es mi proyecto literario y no lo he terminado. Lo comencé casi sin querer a finales del 2010. Le di un gran impulso hace algunos meses y me prometí terminarlo antes de año nuevo. Pero el barco está varado.
Este post debería ser una lista anual de “lo mejor de”, listas que le encantan a IP. He podido hacer la lista musical, pero he procrastinado la literaria y cinéfila.
Admiro a Fernanda, al propio Espartaco Sánchez. Admiro a los jóvenes creadores como Ortuño, que con familia, horarios de oficina y compromisos sociales, han demostrado oficio y talento. Envidio a Adán Echeverría, que con todo y actividad científica y académica, ha pergeñado poemarios y ya dos novelas. Envidio a los que han podido acomodar su vidas para estar cerca del medio, a los que, aunque malos, conversan con otros similares. Yo aún me las tengo que ver con gente que no me interesa conocer. Que no me aporta nada, y que me recuerda lo pésimo ingeniero que soy; empresario lucrador; y que, cosa importante: ¡Ya debí abandonar la carrera!
Visitas de campo, saludos de mano, relaciones públicas. ¿Pero no es necesario conocer gente? Dicen que es parte de la fórmula del éxito literario. ¿Pero no es necesario conocer lugares, viajar? También dicen los que saben que es parte de la fórmula del éxito, eso y vivir, y leer, y ponerse a trabajar. Para este texto no me he preocupado por rizarle el rizo al lenguaje. He usado muletillas y mi vocabulario más normal, aunque mis cuentos no se caractericen por los cultismos. Tal vez he aburrido a más de uno. Esto tiene nada de divertido. Soy un fracasado escritor en ciernes, de esos que abultan las listas de postulantes a literatos: como los rechazados por el casting, los tachados en la tabla del reclutador, los reprobados en el examen de admisión, los expulsados del club social; soy, de esa lista a quienes les dicen No y no hay forma. O, por lo menos, les dicen, “no por ahora; regrese más tarde y tal vez”. Por lo menos eso, un tal vez; una pequeña, ínfima posibilidad.
He decido desvelarme aunque sea hoy; no leer y hacer lo imposible en una horas, ya de día, para terminar el trabajo rezagado y pendiente. He decidido usar otra vez el blog para postear el mismo tipo de texto, para disciplinarme, escribir cualquier cosa, una minucia, porque dicen que nunca es tarde, porque, a pesar de ser yo un tipo “fértil en aventuras”, de nada sirven sin disciplina y arrogancia, y ego, y grandes huevos, y necedad, y picar, picar con los dedos agarrotados el maldito teclado y he decidido soltar este texto impresentable ¿para qué? para lo menos eso, un tal vez; una pequeña, ínfima posibilidad.
John Updike tuvo sus problemas, pero no los del autor de este blog.
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