El mejor texto posible
Definitivamente hay algo de John Dos Passos en mi texto “Nueva York y el sureste”, renombrado como “Abraham” para el proyecto P*******, aunque lo haya escrito sin que hubiera yo leído a Dos Passos. Lo leo apenas ahora, en una novela que es Manhattan pero más bien Nueva York.
Un ejemplo de lo que digo, en la página 367 de la edición de EDHASA (cubierta dura y roja), Ellen (actriz, casi protagonista), después de divorciarse, advierte que está embarazada, y aunque ya había decidido que tendría al niño y que renunciaría a su carrera para criarlo, acude con un doctor a un consultorio clandestino. En apenas unas cuantas prolijas frases (adsorbidas por la traducción), el escritor nos regala la atmósfera del interior y el aspecto cuasi criminal del médico, a pesar de sus zalameras palabras. Como lector, esperé algo tremebundo. O mejor dicho, como lector de 2011, acostumbrado a tanto estridentismo y escenas gore.
Cuando apenas Ellen se desata la banda de su falda a petición del médico, al siguiente punto y aparte “El rumor de la calle rompe como la resaca contra una concha de palpitantes agonías.” Unas frases después, “Levanta la mano. Taxi.” ¿Abortó? ¿Pasó algo dentro de esa clínica, pero qué? ¿Huyó nuestra heroína arrepentida o, como siguiere la banda de su falda desatada, se dejó arrastrar por sus bajos instintos? No lo sabemos porque Ellen se ha ido en un taxi, y en el taxi se fue también la segunda sección de la novela.
De igual forma, muy humildemente, empleé en mi textito la técnica del ocultamiento, del narrar con apenas pocos indicios, guiños, detalles. Cuando Ulises, el protagonista reticente, se salta la barda de la casa de su vecino Abraham, en los días previos a ese huracán que no llega, ambos amigos se encierran en la oscuridad de un cuarto de herramientas. Unos cuantos párrafos antes, Ulises y su vecino se habían internado en la espesura de un matorral colindante con sus casas, y allí probaron las mieles del primer sexo. Que se hayan encerrado en un cuarto de herramientas (sin ventanas), con la amenaza de un poderoso meteoro cerniéndose sobre todo el mundo sugiere, o quise sugerir, en tanto creador del texto (aunque no sé sí lo logré), que ambos muchachos adolescentes aprovecharon, un tanto inconscientemente, perder en definitiva sus virginales existencias antes del metafórico fin del mundo; si tenemos en cuenta que la narración transcurre antes del mítico año 2000.
Una vez cerrada la puerta del cuarto de herramientas, con los muchachos dentro, el texto avanza hacia otra cosa. Al escribirlo, sólo tenía como referente lo que sé de Hemingway, lo cual es poco: su famosa técnica del iceberg. Pero aún no he leído a Hemingway, más que un excelente cuento pugilístico. Aunque no estoy seguro de que lo usado por Dos Passos en Manhattan Transfer, específicamente el pasaje que cité, el supuesto aborto de Ellen, y lo que yo hice con ambos muchachos en mi texto, pueda calificarse, con todo derecho, como técnica heminguiana.
Si no a Hemingway, sí he leído, ya considerablemente, a Cormac McCarthy, quien sí ha usado la técnica del 10% para narrar. Es McCarthy a veces tan críptico y “cerrado” que no le queda al lector otra cosa que disfrutar su rara prosa carente de signos de puntuación. Aunque mejor me convenga retro traerme hasta el siglo diecinueve, trasladarme a Normandía y evocar a Flaubert. Cuando Emma Bovary y su amante Léon se encierran en un carruaje y allí dentro, sin que veamos al interior, suponemos que ambos tránsfugas se han entregado al sexo prohibido. No hay nada burdo ni mucho menos pornográfico en lo que narra Flaubert, pero ¿qué podrían hacer dos ardientes amantes en esa oscuridad?
Según Mario Vargas Llosa, el francés se vio obligado a narrar oblicuamente para sortear la censura de la época, aunque no se libró, al final, de ser llevado ante los tribunales por publicar una novelita libertina.
De Flaubert a Dos Passos hay apenas unas cuantas decenas de años en la línea del tiempo real, y para entonces, Tolstoi ya había aportado lo suyo al realismo/naturalismo, y tal vez por ello, supongo sacrílegamente, el viajero Dos Passos ha depurado aún más sus descripciones en esta novela publicada en 1920. A veces enlista los adjetivos y es suficiente para que las cosas destellen en la mente de quien lee. Los cortes, cambios de escenarios, son rápidos, como una película de Robert Altman: estamos en un restaurante y dos frases más ya recorrimos la Cuarenta y tres y nosotros con ellos ya en un club diferente ordenando otros martinis, para abordar en la tercera línea un ferry, y entramos ya al camerino de una actriz de teatro, y de sus lágrimas y sin decir va al lamento de un homosexual de clóset. Sí, es un mural, un mural enorme realista en movimiento.
Pero regresando a mi texto autobiográfico, y habiendo señalado el uso de las descripciones en el escritor americano de origen portugués, hay un párrafo introductorio en el capítulo quinto de la primera sección de la novela, en donde Dos Passos narra cómo “la oscuridad pesa sobre la humeante ciudad de asfalto, funde los marcos de las ventanas, los anuncios”, mientras que yo, intuitivamente, quise sumergir de lleno a mi posible lector en ese raro fenómeno invernal de los trópicos: cómo los copos de nieve negra se posan sobre todas las cosas.
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Todo esto me obliga a reconocer, y recomendar, de paso, a posibles nuevos narradores que hayan encallado en este puerto, a que lean a los clásicos*, ya que, en este tiempo que corre, prácticamente todas las posibilidades técnicas sobre cómo contar una historia (cualquiera que esta sea), ha sido ya utilizada por alguien más, y por fortuna mejor que uno: mientras más amplio sea el espectro lector de un escritor, más consciente será y estará de su arte.
También agrego que conocer y leer a ciertos autores te ayuda a evitar sus técnicas si las consideramos no necesarias, y en cambio otros autores pueden hablar o narrar por medio de nosotros para que el texto que trabajamos luzca mejor, sea pues, el mejor texto posible.
Al contrario del post “La unánime noche”, la noche en la que cuento cuando me topé de frente con Borges, esta vez he aceptado y robado la herencia de John Dos Passos, leído primero a través de Carlos Fuentes (quien lo tomó y robó primero), y no como me pasó con el argentino.
*Pero, autor del blog, dinos qué, quiénes, cuáles son los clásicos…
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