Lector de a pie…
Son cuarto para la una de la madrugada. Me instalé frente a la computadora para seguir con H******, otro de los cuentos de mi proyecto P*******. Había estado leyendo Contraluz, casi ya por terminar el tercer extenso capítulo. No terminé el cuento. Me puse a revisar las reseñas que he escrito hace bastante tiempo, cuando era más imbécil. Llegó un momento en el que me convencí de que no era yo el indicado para hacer crítica ni reseñas de ningún tipo. Y así en un shazam! dejé de escribir mis ‘críticas’. Pero un par de amigos me piden que reanude el oficio. Sufro, sufro, sufro. El libro en cuestión no es fácil, y temo caer en naderías, que, aparte del narcotráfico y la violencia, también campea en las revistas y suplementos culturales. Por lo tanto, no sé cómo comenzar. Tengo el título del texto, ¡sólo el título! Me gusta y es apropiado, casi como bozal al perro.
Me duele no saber teoría. En las críticas… no, más bien reseñas. En las reseñas… no, más bien comentarios. Ok, en los comentarios de los libros y películas que he escrito nunca encontrará usted que yo cite a este u otro erudito autor. Carezco de formación humanística, también de artes y afines. Mis estudios son técnicos, y creo que con esos ojos leo novelas y veo películas, y sólo por un brevísimo repaso durante mi adolescencia sobre cuáles son las notas musicales y cuánto dura un pentagrama, es que tengo cierto oído para cierta música (cierto gusto, pues). Por lo tanto, mis apreciaciones son mecanizadas. Cuando el autor narra por medio de sutilezas, o como diría un estudioso de las letras, utilizando ciertas figuras literarias (la elipsis, la hipérbole), o la técnica del iceberg de Hemingway, yo tengo un gordo problema.
Hace casi dos pares de años, iba por la calle departiendo con IP sobre la adaptación cinematográfica que habían hecho de El perfume, del Patrick Süskind. Yo metí mi cuchara publicando en un blog una reseña sobre el libro. En un momento del texto afirmo que Jean-Baptiste enloquece a medio pueblo con sus pociones mágicas por venganza. En una de esas discusiones peripatéticas por las calles húmedas de Xalapa que acostumbramos aún, yo hice el mismo comentario de la venganza de Jean-Baptiste. IP sacó sus uñas afiladas al instante y, pellizcándome el lóbulo de la oreja izquierda, me dijo que la venganza no tenía nada que ver en las motivaciones del personaje. Me soltó el argumento y yo tuve que callar y tragarme la vergüenza. Borré la reseña, pero seguí neceando con mis comentarios en ese sitio de internet que se llamaba Linkara y ahora es MySofa y donde aún están puestos mi textos.
Leyendo verdaderas críticas en las revistas más serias, es que desde hace más de un año ya no pretendo canonizar. Sólo he dado mis impresiones, y dado cuenta de mi experiencia como lector y veedor de cine en los recuentos anuales que posteo cada enero en este blog. También, en uno que otro post, suelto mis comentarios. Es imposible no tener comentarios si uno lee. Y más que comentarios, es diálogo. Leo tal libro y no puedo evitar pensar en algo. Y cuando escribo lo recuerdo, y lo suelto, aunque sean burradas. Si me produjo bostezo tal libro, suelto aquí mis razones, sin que estas valgan más que un comino. Si me produjo excitación, también. Nada más alejado de la crítica literaria.
Me pregunto aún qué es “la crítica literaria”, y qué es “la vanguardia literaria”. Si reducirse a describir un libro: de qué habla, de qué género, de qué año, quién es el autor, de qué tradición abreva y si está o no instalado en la vanguardia. O si ampliarse un poco más el campo de batalla y comenzar a soltar los insultos o elogios que nos merezca. IP dice que en las revistas no existe la crítica, pero sí las reseñas. Que la crítica [de literatura] está en la academia. Pobres los que se dicen críticos, y publican cada mes en las revistas. ¿Por qué tanto pancho? Porque si le entro o no al quite de soltar mis comentarios, mi experiencia como lector de ese libro en cuestión (ya sabrán cuál), será para ser publicado en uno de esas revistas en donde abundan críticos con la brújula descompuesta. Excúsenme. Yo soy el que procuro leer esos textos críticos. He aprendido un poco de literatura leyéndolos. Llegué tarde a esto y he tenido que trabajar de ingeniero y repartir mis tiempos entre el trabajo y los libros. Hace un tiempo dije aquí que leo los libros montando en mi caballo indómito porque no tengo de otra, y que no tengo ninguna herramienta más que mi intuición de lector de la calle. Mi experiencia como lector de afuera, que recorre los páramos montado en su caballo indómito muy alejado de los muros de la academia.
Comentarios