Carta a Fernanda Melchor

Querida Fer:
Gracias por tu correo; y no tienes nada de qué disculparte. Ahora que yo también tengo trabajo y sé lo que es andar en chinga, con la mirada panóptica del jefe (o jefa, en mi caso) sobre el pobrecillo empleado que es uno (o una). Aunque mejor estar empleado que otra cosa, que pasársela tan a gusto de haragán como lo he estado, por largas temporadas. Y es que ese tiempo en que comía, leía, veía tele y películas y después dormía, no sólo el cuerpo se me fue adormeciendo sino también la mente, y muchas de las ideas que quise plasmar en la hoja electrónica que es el Word terminaron en infames textos que ahora he ido borrando. Lo que sí pude hacer fue leer, sobre todo novelas a las que traía ganas y que sobrepasan las ochocientas páginas.
Ya no recordaba el último correo que te había mandado, pero lo he releído. Desde entonces las cosas han cambiado un poco. Ya no tenemos que imaginarnos cómo un buen fajo de muchos billetes pasa de Contratista X a Funcionario X porque mía ha sido la mano que ha mecido ese dinero, dinero que no ha sido declarado al fisco. Si en ese tiempo me sentía con deudas morales y un gran pesar por aquello de cierto deber ciudadano, ahora casi me vale madres y me está gustando delinquir, o más que gustarme ya me tiene sin cuidado. No sé que podría declarar en caso de que me detenga la policía, y si, en dado caso, un señor policía llegara a detectar mi deleznable operación, ruego a Dios y a María y a todos sus Santos que sea guapo y con macana. Como los de la PFP, ¿los habrás visto alguna vez? Seguro que sí. Son grandotes y fornidos y su voz es autoritaria, muy diferentes a los enclenques policía estatales… hasta parece que les hacen casting, carajo. Una vez, trabajando, me tocó ver a uno de ellos más de cerca y me dijo: “te quitas o te quito güero”. Casi tuve un sueño húmedo de película gringa, que llegaba a tocarme la puerta de casa a llevarme una infracción de tránsito y en eso, bueno, es cosa de imaginarse el final.
Y no es que éste sueño húmedo con una representante de la Ley sea una oportunidad para venirte a contar ahora mis problemas, teniendo tú muchos más. ¿Cómo sigues de salud? Yo en eso no ando bien, sobre todo del corazón, pero más de amores que de arritmias. Sí, en ese cenagoso y obscuro terreno nunca he andado bien. Hoy en la mañana que desperté salí al patio trasero de casa. Había llovido, ¿recuerdas la mañana del sábado pasado? Cuando bajé la mirada al piso me encontré con un leño que tomé entre mis brazos y lo adopté como novio. Cuando salí a comprar cosas para desayunar lo llevé conmigo y le mostré el fraccionamiento. Yo no veía un leño, sino a un novio guapo. Eso era para mí. El caso es que subí al coche y lo puse en el asiento del copiloto. Coreamos juntos algunos temas de Amy Winehouse hasta que llegamos al Oxxo de la esquina. Le pedí que me acompañara y juntos entramos a la tienda. Saliendo de ahí tomamos la carretera hasta llegar a las playas de Mocambo, donde él y yo nos bebimos los Caribe Cooler que había comprado. Estuve con él hasta la noche. Al regresar a casa, noche ya, todos estaban alarmados. Les presenté a mi novio pero entonces vi a mi madre llorar, cosa que me extrañó porque ella ya sabía mi condición sexual, pero pensé, tal vez esto de llevar mis hombres a casa sea demasiado. Entonces alguien quiso arrebatármelo. ¡Tanto tiempo lo había deseado! Y luego un tío se fue sobre mí, queriéndome abrir mis brazos que luchaban por sostener a mi novio. Estúpido trailero analfabeta, con su olor a mil putas, quería quitármelo con todo y que en el fraccionamiento se había armado un escándalo más grande del que pude darme cuenta. Mi padre tenía la cara deshecha por la vergüenza, eso pude notarlo, hasta que vi cómo mi tío, a quien odio desde ahora, ya me lo había zafado de mis brazos: y no sólo eso, también lo mató de un hachazo. Los ojos se me inundaron en lágrimas y corrí a encerrarme a mi cuarto. Ahí estuve llorando por tres días, y escuchando música. Cuando me hastié del rock puse música de Bach, las fugas sobre todo. Y luego el soundtrack completo de La Naranja Mecánica. Y cuando terminó el playlist del Winamp se reinició con la música de Amy, que está en primer lugar por ese diabólico orden alfabético: todas ellas me recordaron al único novio que he tenido hasta ahora, esa canciones que coreamos juntos, y que él, pobrecillo, que apenas y sabía algo de inglés, apenas y podía murmurar.
Hoy muy temprano apenas despuntando el alba querían llevarme a rehabilitar pero yo les dije no, no, no. Me negué tres veces cuando escuché cantar un gallo. Eso fue más pavloviano que consiente. Para que no me estuvieran jodiendo la madre con ver a un loquero me encerré en el cuarto. Vi porno pero no me calentó. Me puse a leer entonces a Joseph Conrad, a ver si ya podía darle fin a Lord Jim (reitero que el trabajo no deja mucho tiempo para leer): un buen hombre sabe siempre cómo complacer. Quise salir. Mi madre metida en la cocina y mi padre no estaba, así que me escabullí con sigilo. Al cruzar el umbral de la verja me reí como japonesita traviesa.
Por fortuna la guagua pasó justo cuando había llegado a la esquina. El calorcillo porteño nos apretaba y vi a una gorda prieta y esponjosa rebosante en carnes que, mal plan, vino a sentarse a mi lado. Ella se bajó en el fraccionamiento Las Vegas, tal vez para hacerle un grato favor a los narquillos que ahí moran. Después se parapetaron más pasajeros, hasta que un albañil de bigote canoso se sentó a mi lado. Iba mirando las rosticerías de la Boticaria, metido en pensamientos, que no alcancé a sentir la mano de aquel cuando tomó una de las mías para que le hiciera ahí… esto ya es demasiado, no voy a contarlo. Ni el que iba parado junto a nosotros miró. Hizo como que le gusto ver, voyerista, pero volteaba el pobrecillo sin saber donde esconder la cabeza. Ni me dio las gracias el puto albañil cuando se bajó en Plaza Cristal. Me bajé en el Aurerá de Díaz Mirón. Me metí a comprar DVD’s vírgenes para quemar la música que he torrenteado. Después me fui caminando a lo largo de la avenida. Escuché que alguien me gritó ¡mamacita!, pero no puse atención. Yo me seguí caminado, derecho, rumbo al parque Zamora, aunque mi intención no era llegar hasta allá, sino al Waldo’s Mart que hay cerca. Ahí me metí a buscar los libros que me dijo mi madre vendían. En el camino al supermercado me fui lamentando no conocer el puerto tanto como me gustaría. Me pregunté por esas viejas casas y descuidadas estilo clásico que hay a lo largo de las muchas cuadras, ¿quiénes fueron sus moradores?, ¿a dónde han ido?, ¿por qué cayeron en desgracia después de una presumible antigua bonanza? Diablos, pensé cuando pateé un lata de Jumex, eso de andar de turista, de lugar en lugar, y sin conocer nada de donde he vivido. Ni conozco a fondo Chetumal, ni Martínez, ni Xalapa, o tal vez un poco más Xalapa, quién sabe, pero mucho menos este puerto, rinconcito donde hacen sus nidos radioactivas olas del mar. Fíjate, nunca me he bañado en las playas de acá. Una vez quise probar para ver si salía de ahí con tres ojos y cuatro dedos en cada mano, pero el temor pudo más que valiente no fui, más bien mesurado, y ahora me arrepiento de aquella cobardía. ¡Mirá que tenerle miedo al mar! Es que tanto extraño mi pueblo, el Caribe, el Caribe. Apenas era yo un lindo y sonrojado púbero cuando me arrebataron de las cálidas arenas blancas como lo hicieron días pasados con mi novio. ¡Tanto los odio! Pero que importa ahora. Escribir siempre ha sido la mejor venganza. La más perdurable. Así que, te cuento, me metí a la tienda de importaciones chinas buscando los libros, y salí de ahí tarde ya. Me puse en la esquina a esperar la guagua de vuelta a casa. Un par de mujeres de tacón alto, labial en sus labios, apretados glúteos bajo generosas minifaldas, se pararon juntas a mí. Una de ellas me dio la media vuelta. ¿Pues ahora ésta qué? La guagua no pasaba, carajo, y los coléricos mosquitos ya me estaban atacando las piernas. Como pude, con la bolsa de lo que había comprado, los espantaba, pero la falange de ataque aéreo era espesa, aunque ellas no lo sentían. Luego otra de ellas me volvió a dar media vuelta, hasta que un coche pasó junto de nosotros… ¿de nosotros? La puerta se abrió y una mano preguntó por mí. Me alarmé, es que esto debe ser una broma. Una de las zorras estalló hecha una furia. Gritó, pataleó y que quién era yo, que cómo me atrevía, en fin, a gritos me decía, o esto medio lo entendí, que porqué no me ganaba mi propia esquina. Total que nos hicimos de greñas. La arañé la cara a una y a otra le pellizqué una nalga, de eso me acuerdo, pero mal plan, porque en una de esas vi cómo el Don DeLillo que apenas había comprado nadaba plácidamente en la superficie de un charco. Más me encabrité. Así que me fui sobre las chichis de una, que más bien las tenía pero hechas de pura imaginación. La policía se apersonó, la enclenque, la municipal. Nos rodearon tres, cuatro, cinco patrullas y como diez motocicletas, todos con las torretas encendidas. Nos preguntaron nuestros nombres. Una de ellas dijo llamarse Laura Palmer. Puta, y yo sin poder rescatar Cosmópolis del fango, y mirá que uno lo llevaba de regalo. Por fortuna mis padres llegaron buscándome, y el trailero con ellos. Algunos policías lo conocían; por ello me soltaron cuando le preguntaron por “la clave”. Dios sabrá eso, el caso es que nos fuimos. No sé como dieron conmigo si he de serte sincero. Había dejado mi celular apagado en casa. Mi madre como siempre hecha un mar de lágrimas y mi padre un rostro pétreo al que se le puede advertir vergüenza entre sus grietas. Los dejé lamentándose de mí y me subí al cuarto.
¡Pero es que no puedo dejarlos solos un momento! Porque al abrir la puerta vi cómo una lanza que salía del libro abierto del Quijote Edición del IV Centenario aporreaba a los demás, y se ensañaba con una pared de escudos troyanos sostenidos por vigorosos brazos. Una parvada de flechas atravesó mis ejemplares de Harry Potter a los que no les valió ningún expecto patronum. Es que todos se habían vueltos locos. Comenzó a caer torrente lluvia y fuertes truenos. La turba que habían empezado el quisquilloso Quijote y los libros Homéricos hicieron que otros saltaran al vacío; entre ellos Balzac, Flaubert, Melville y Tolstoi, y se escucharon ayes de dolor, pero al azotar un Pynchon vi en el alto cielo la estela de un cohete V-2 que se dirigía en derechura hacia nosotros. Se me paró la pinga y bajé a la sala. Me encontré con una princesita que bailaba valses vieneses y que preguntaba entretanto por su príncipe Andréi, pero al violarla dijo que me acusaría con su Humbert Humbert. ¿Quién puede llamarse así? Y antes de que ese maniático que quién sabe de dónde había salido nos matara a todo con su bomba de aire comprimido, el cohete impactó en el ala norte de la casa. La inundación entró en poderosas olas. Intenté subir a la segunda planta pero no había salida. Seguía lloviendo y era claro que nos inundaríamos… todo el fraccionamiento. Una canoa pasó mi lado y me trepé a ella como pude, pero un indio con taparrabo y adornado de tatuajes me tiró al agua. Chillé de coraje, aunque debía dar mejores brazadas si quería llegar a mi cuarto. Como pude subí. El agua ya le llegaba a mi cómoda. Hasta que no dispuse todos los libros en su lugar la arenga no terminó. Todavía el maniático con la bomba de aire comprimido seguía destrozando los picaportes de las puertas: ¡un McCarthy se había escondido debajo de mi cama! Al fin todo en orden, cada libro en su lugar, Cien años de soledad vibró dentro de sí mismo y no pude evitar que subiera al cielo. ¡Al diablo!, me dije, y metí a bañar.
Qué días tan pesados he tenido. Aún me ardían los arañazos de las zorras. Para descansar al fin me puse mi négligé. Me senté junto a la ventana y me quedé largo rato mirando cómo la lluvia azotaba en golpes de terciopelo el cristal de mi ventana. Me dieron ganas de cantar. Y canté:
L'amour est un oiseau rebelle
Que nul ne peut apprivoiser
Et c'est bien en vain qu'on l'appelle
S'il lui convient de refuser
RIen n'y fait, menace ou prière
L'un parle bien l'autre se tait
Et c'est l'autre que je préfère
Il n'a rien dit mais il me plaît
L'amour
L'amour
L'amour
L'amour
¡Tarán – tan – tán!
Saludos y besos,
G.

…¿Continuará?

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Jajajajajaja Bueno! He estado leyendo tus textos y me parece que en este adquieres un tono y un estilo distinto. He dicho: he estado leyendo tus textos, pero he mentido. Me he leído apenas dos. Pero lo del estilo es cierto. Es un estilo más cercano a lo que yo hago, y por tanto, me gusta. Soy narcisista abiertamente declarado. Como el día que me enamoré de mi prima. Lo hice porque tiene toda mi cara. Pero en mujer. Te felicito, en verdad, sin sarcasmos ni nada, me ha gustado. Creo que aún puedes explotar más este personaje. Es un personaje cómico, pícaro, y sincero. Tal como me gustan los personajes. Claro que esto es sólo mi opinión. Puede que sea yo al único al que le guste. Nunca he destacado por tener buen gusto. Ni siquiera combino mis ropas.

Me recomendó leerte, Abdul, que dice concoerte o algo, quien también se tomó la libertad de ponerte en el blogroll, cosa de la que me vengo enterando justo ahora, y cosa, también, bastante acertada.

En este texto usas de pretexto a Fernanda. Pero ya verás, acabarás saboreando el placer de la primera persona, de ser uno mismo al menos allí en el texto. O tal vez no, esos son más mis placeres. Pero a veces olvido que no todos somos cerdos. Como sea, un saludo y una abrazo y una felicitación.

Atte: Martin Petrozza.

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