La conjura de los necios rusos
Aun a riesgo de cometer un grave error literario, como escribiera alguna vez Salvador Elizondo, comentaré y reseñaré en este post, lo más que pueda, mi lectura sobre Guerra y paz, de Tolstoi (Yásnaya Poliana, 9 de septiembre-Astapovo, 7 de noviembre).
Lo primero y más evidente, esto: el número de palabras que contiene la obra es inversamente proporcional a su título. Eso no es malo ni bueno, pero sí es una característica muy repetida en las grandes novelas del siglo XIX, las novelas decimonónicas, es decir, extensas, profundas, teóricas, humanas y, aunque resulte imposible ante la cantidad de palabras, en especial Guerra y paz, bellas también. Pienso en Moby Dick del inmortal Melville: extensa, profunda, teórica, trágica y hermosa.
Los segundo y tangible, esto: la edición que tengo, de Booket GRANDES OBRAS CLÁSICAS SIGLO XIX, tiene 1473 páginas de la obra en sí, más algunos párrafos en el prólogo de otro autor que pretende, a lo mucho, darnos lecciones de literatura rusa.
Lo tercero y más evidente, esto, la obra. Es aquí donde me veo en un problema grave, porque habría de preguntarme qué sabes tú de historia literaria como para ponerte a reseñar a un clásico. Respondería que nada. No sé nada de literatura rusa, ni de literatura en general. Recuerdo que apenas leí un cuento de Chéjov hace mucho, en donde dos niños planean hacer un viaje a Alaska para cazar osos. Entonces, me pregunto, qué narra la magna obra de Tolstoi. Evidentemente, una guerra histórica. ¿Cuál guerra? La invasión que Napoleón I hiciera a Rusia, que empezara en 1805 hasta 1813. Bien, ya vamos empezando.
Dividida en cuatro libros, que a su vez se dividen en partes y estas en capítulos, la novela, aunque el mismo Tolstoi afirma que no es novela ni epopeya, comienza con lo actividad humana más banal, en tiempos de paz, acontecida en las altas sociedades rusas de San Petesburgo: una dama de honor, Anna, platica con un príncipe, Vasili Kuraguin, sobre cómo hacer que un hijo de éste emparente con otro hijo de alguien. Este encuentro que parecería fortuito –la plática de dos casamenteros- se hará recurrente: reuniones, chismerio, hipocresía, vanidad, nada que no sea actual. Es en esas reuniones, mientras la amenaza de conflicto armado aún está lejos –Napoleón aún no ataca a Rusia-, aparecen y se perfilan las personalidades de los personajes centrales: la familia Bolkonsky, la familia Rostov, la familia Bezújov y los Kuraguin, además de otros personajes de apoyo, importantes en cuanto a dar carácter a una época que no secundarios simplemente.
Conforme avanza la narración, Tolstoi, como gran escritor realista, describe con la precisión de un científico y gran observador crítico, las actitudes y omisiones de los personajes, mismos que irán madurando o transformándose a medida que la amenaza de guerra va llegando al corazón de Rusia.
Así, quien toma el papel de eje central, aunque en realidad haya varios, es Pierre Bezújov, hijo de un acaudalado conde. Viajero, de malos modales a ojos de la alta sociedad moscovita, residente por años en París –la capital del mundo en XIX-, es al principio, inmaduro, inseguro e incapaz de tomar decisiones propias. Hereda la inmensa fortuna de su padre al morir. Vaisili Kuraguin lo hace desposar a su hija Helena, casi a fuerza de pura conjura con otras señoras reales de la época y, desencantado, regala dinero en obras de beneficencia además que, por pura casualidad, para darle, quizás, un sentido práctico a su vida, se convierte a la francmasonería, de la que después de desencanta.
Otros personajes remarcables, que madurarán e irán cambiando a lo largo de esos pocos años, son los hermanos Natasha y Nikolai Rostov. Hijos ambos del conde Rostov, quien irá perdiendo sus riquezas, poco a poco, a causa de una pésima administración de sus fincas. Natasha comienza como una niña mimada, en espera de su príncipe azul, que pasa su días en las fincas en compañía de su prima Sonia y su hermano menor Petia Rostov, tocando polkas y valses para ambientar las reuniones de la familia, mientras que su hermano Nikolai es, como todo adolescente, patriótico, defensor de la patria y admirador ciego de Alejandro I, zar de Rusia.
En lo que toca a la familia Bolkonski, cómo olvidar a los hermanos Andrei y María. Andrei, de quién me enamoré, para qué negarlo, es un ya un hombre maduro, inteligente, ateo y casado con Lisa, quien muere a la vuelta de pocas páginas en la finca de su suegro al dar a luz a Nikólenka, su único hijo. Él, al contrario de las altas esferas, no considera a Napoleón como un usurpador y le confiere el título de emperador, título que le niegan los rusos, además de su capacidad para unificar a Europa, Andrei le otorga el beneficio de la duda, en marcado contrapunto con Nikolai Rostov. María comienza como una adolescente mal educada, apegada a la religión ortodoxa y que, al ir pasando el tiempo sin que logre desposar a un apuesto príncipe, toma con resignación el cuidado de su sobrino y el de su ya anciano padre.
Más allá de las divisiones en libros y partes y capítulos, las dos grandes ramas notables, que se dejan ver son, por supuesto, los tiempos de la paz, y los tiempos de la guerra. ¿Qué dejan de hacer los hombres en tiempos de guerra? La no-guerra parecería respuesta obvia por la cual reprobaría un examen de la SEP, pero acá la no-guerra es la paz, y viceversa, la no-paz es la guerra, es decir, cuando aún la amenaza de un enfrentamiento bélico es sólo un rumor más allá afuera de las fronteras rusas, los corazones de los ciudadanos de las clases altas no están tranquilos. Conflictos, los hay, y jaloneos, muchos. ¿Quién corteja a quién? ¿Quién a ayudado a qué país? ¿Qué decidirá el zar ante la postura de Napoleón? ¿Qué se dice en la corte? Aunque la maquinaria invencible de Napoleon recorre y avanza por toda Europa de occidente hacia oriente como si de un cáncer se tratara, y cuando ya se ha fraguado un importante conflicto en Austerlitz, donde los rusos, al mando del Zar, perdieron la batalla, en una agudísima crítica al mismísimo ejército real ruso, en Rusia se festejan reuniones sociales, los pechos de hombres y mujeres se inflaman de patriotismo y es Pierre Bezújov, títere en ese momento de las decisiones de otros, quien resume la inquietud espiritual que anida en todos, la guerra en lo más profundo de su espíritu: convertido a la masonería, y sin entenderla a profundidad, emprende reformas liberadoras en sus fincas, donde pretende emancipar a los mujiks.
Es clásica, y por demás reveladora, la plática entre él y su amigo Andrei. Mientras que el primero defiende que a los mujiks no les interesa la emancipación porque por años han vivido así y que arrear ganado representa su felicidad, Pierre, según la opinión que él tiene de libertad debido a las ideas masónicas, opina lo opuesto. Aquí entra, quizá sin quererlo, la opinión del mismo Tolstoi al describir, puntualmente, las consecuencias de las reformas de Pierre sin que este haya conocido de antemano las verdaderas condiciones de los mujiks y demás clases sociales oprimidas. Así mismo, en cuanto a la guerra (milenaria, repetitiva, imposible de evitar), Pierre cree que es posible firmar una paz duradera y Andrei lo convence de lo contrario en una sola frase magistral que resume toda la intención de la novela; frase que no será citada en este post.
Pero esta conversación, después de la batalla de Austerlitz, esto es, en un periodo de ‘paz’, los personajes, se advierte, tienen todo menos eso: la tranquilidad espiritual. Están emocionados. Ya sea en las fiestas de las altas esferas, ya sean la deliberaciones de los intelectuales o de los generales, ellos no están tranquilos. La auténtica paz, la interior, cosa curiosa, la encuentra Andrei en pleno campo de batalla cuando cae herido y preso por los franceses, la encuentra Nikolai al ver de cerca al zar, su adorado zar Alejandro, en la guerra de Austerlitz, y el mismo Pierre, cuando estuvo a punto de morir fusilado por los franceses cuando ya estos habían tomado Moscú, y qué decir de Maria y Natasha, las que no van al campo de batalla pero parecen condenadas por siempre a una batalla interior, inevitable. Se entiende, entonces, que guerra y paz son las caras de una misma moneda. Se previene, también, que una se da como consecuencia de la otra; y se comprende entonces que la búsqueda de esa paz llega en el momento menos esperado.
Dado que ya se han cometido omisiones y graves errores literarios y seguramente interpretaciones a medio hervor, este post termina aquí, recomendándola ampliamente.
Las imágenes corresponden a diferentes personajes y pasajes de la novela.
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