Cuentos lázaros

Está tentado a sacar algunas hojas –es decir, historias, cuentos, anécdotas escritas en volandas- de su preferida caja de zapatos, de la que alguna vez recicló un mal poema juvenil para un post desafortunado. La prudencia, o la experiencia, le ha enseñado que no será buena idea trabajar con ideas viejas, plasmadas, escritas tiempo ha. Se ha enterado leyendo o escuchando a otros creadores –de obras maestras, sobre todo- que un cuento puede pasar por múltiples versiones. Que ante un inicio frustrado u atropellado, y después de un trago de cerveza o media cajetilla de cigarros consumados, se siente el impulso necesario para acometer de nuevo el crimen de la escritura. Que ante una primera versión, pese al inicio frustrado, no quedan del todo satisfechos, por lo que sus cajas de zapatos –o los cajones de sus escritorios- esperan cómodos ofrecer su espacio a esas historias en ¿perpetuo? stand by. Aun más, que ante una segunda versión –otra prosa, otra aproximación, un cambio en la persona del narrador, un cambio en el tiempo de la narración- la satisfacción no llega del todo, y que es entonces cuando la papelera, la trituradora o el sensato váter se miran en el horizonte como destinos finales para esas infames historias. A él, a nuestro escritor, a es a quién le pasa más seguido lo último, pero no con segundas o terceras, sino con primerísimas versiones, y todavía aún, con lo inicios frustrados, en tanto que la idea –trama, personajes, espacios, nombres, lugares, rostros, gente- anida todavía en la urdimbre de su imaginación, cuando se le revela imposible develar cualquier cosa de ella, por mínima que sea. ¿Engarrote de dedos? Lo más extremo.

Mientras tanto, aun delibera –integrantes del jurado: él solo- sacar o no a las luces de la noche esas dos o tres o cuatro historias que llevan escritas tiempo ha. Una sueña apacible e impresa en la caja de zapatos física, las otras aún embrionarias descansan alimentándose de códigos binarios en el hardware de su computadora. Pero ha decidido, dada una incipiente experiencia, que no. O aun no es el momento. Cuando madure la vid, quizá.

Explicación: nuestro autor sí ha acometido el doble, triple crimen de las múltiples versiones de una misma historia. No llamemos a esto la simple edición siempre necesaria –pecado mortal cuando se obvia en los inexpertos escritores- para que la simiente dé un buen fruto, no, aquí hablamos de la total reescritura; de, una vez derribado el edificio y sus cimientos, empezar de nuevo, tratando de conservar, en lo que se pueda, el estilo arquitectónico –porque se trata, en sí, de mejorar una versión-. Lo hizo la primera vez –es lo que recuerda- con un cuento que mandó a un certamen nacional de cuento. Los pormenores de sus múltiples versiones los detalló en un extenso post –crónica literaria tal cual- acá: en resumen, que tras un baño reparador después de un acto onanista, los dedos le punzaban por escribir algo; la primera versión la borró por un descuido producto de cierto ¿nerviosismo?, entonces, sin mediar minutos de reflexión ante el asombro, y para no caer en lo de “lo tenía pero lo olvidé”, escribió una segunda versión eliminando una línea argumental, recordando la versión anterior que ya no existía. Después, un poco de edición: pocas frases y palabras murieron aplastada bajo la tecla supr. Luego, la lectura de un amigo. Más tarde, la consecuente respuesta crítica. Avasalladores fueron los argumentos para olvidarse del susodicho cuento para siempre. ¿Tanto así? No. Habría de revivirlo, en una tercera versión, y ante la falta de algo más original, para enviarlo a un concurso de cuento. La opinión del crítico resultó más positiva. Esta última vez cambió la persona del narrador. Un cambio radical. Y así, semanas más tarde, y de acuerdo a todos los pronósticos, perdió el certamen. Empecinado a no dejar(lo/se) morir, propuso que su historia fuera enviada a una revista literaria. Fue entonces cuando recibió la visita de la Prudencia, madre de todas las virtudes, y le aconsejó retractarse. Bien, porque tan solo tiempo después descubriría las razones para odiar su historia paródica, avergonzado por tanto Borges en él. Lo que había nacido un lejano día veraniego, borrado luego y resucitado inmediatamente y revivido más de un año después, terminó casi como estaba. Ahora ya no le convence.

Ese cuento se llama El explorador y la sombra, y está en el blog, en su versión de concurso.

Entonces la segunda vez. Gracias a la ubicuidad de las redes sociales, fue contactado por un grupo de amigos escritores incipientes como él. Una de esas cofradías literarias sita en el Distrito Federal, acríticas por donde se le vea. Él, presto, les contestó que de igual forma regenteaba un blog (¿literario?) y que allí subía sus pingües trabajitos (no lo dijo así, más bien no se limitó en darse ínfulas). Ellos, un grupo de cinco generosos escritores también leyeron su trabajo disponible en línea (que no es todo, ni lo será), y lo invitaron a formar parte de Whisky en las rocas: título del blog. Aceptó. Ante el tipo de historias bastantes accesibles que allí había encontrado, decidió revivir otro cuento, de corte fantástico, que en su tercera (¡tercera!) versión no lo había dejado satisfecho. No por él mismo, sino por la ampliación del campo de visión al que lo forzó su crítico de cabecera. Porque, si ya ante la segunda versión habían asaltado las dudas, ante la tercera persistieron. Así que, en el cuarto acercamiento a la misma historia –véase, cuádruple crimen-, cambió el estilo de la prosa y eliminó los diálogos típicos de una novela barata romántica. Persistió en el narrador, en los personajes, en el tiempo, en sí, no habría que llamar una cuarta, sino una tercera versión mejorada. Ufano, mandó su historia al blog de sus amigos. No esperaba que se lo publicaran tan rápido. Ya le había advertido el regente que solía publicar los textos de invitados la siguiente semana al día del envío. Para su sorpresa, le comunicaron que fue publicado antes, a falta de mejores historias. Contento, le comunicó a su crítico feroz que había reescrito tal cuento, y que unos amigos fuereños le habían dedicado espacio virtual en su blog. Pero la crítica fundamental –ahora más entendible que antes- persistió. No tardó en reconocerlo pese al ardor: que sí, que al cuento le faltaba algo crucial, que no se entendía la ansiada espera del encuentro del protagonista con Óscar porque faltaba algo, algo, sí, se le había olvidado narrar, aunque sea en dos o tres párrafos, la importancia de la relación entre ellos, porque, bien leído, salvo un encuentro casual, el narrador nunca refiere algún otro encuentro con él, ni posterior ni anterior. Ya se lo había dicho: sus historias sobre relaciones personales no son su fuerte. Él, aceptado el asunto, ahora escribe con el reconocimiento casi pleno de sus limitaciones.

Moraleja: solo Cristo revivió, una vez, un Lázaro.

Por ello, ante la experiencia y con los papales en la mano en la parte acusadora, ha resulto dejar para pasado mañana, o para después de pasado mañana, esos otros textos que allí duermen, embriones criogénicos, aceptados tan solo como redacciones inconexas de ideas a las que antes les había dedicado el mote de cuentos terminados. Allí están, los mira en el fondo de la caja de zapatos. Sopesa, la parte defensora, ante el jurado, la magra producción actual y que por tanto la tentación de reciclar, no, de revivir, porque qué dirán sus amigos que lo conocen como criminal, qué dirá cada vez que uno imprudente le pregunta “y ahora qué andas escribiendo”. Pero el jurado, sonoro mazazo de por medio, sentencia: cuando la vid esté madura. Pero él, vencido, piensa: ni siquiera buena cosecha asegura buen vino.

SSDD5-1L Esta imagen tiene ninguna relación con el post.

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