Ese modo de Sada
[En memoria de Daniel Sada, fallecido hace un año, recupero una breve y muy personal lectura de un libro de cuentos suyo que publiqué en SAHERCO hace unos meses. Actualmente Anagrama, su última casa editorial, ha puesto en circulación El lenguaje del juego, su última novela, además, el Fondo Editorial Tierra Adentro ha publicado una reunión de ensayos en torno a la obra de uno de nuestros mejores prosistas, La escritura poliédrica.]
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Daniel Sada se nos fue pronto de este mundo y dejó conjeturas que sus lectores nos hacemos si él hubiera tenido más tiempo para escribir. Antes de morir, le fue concedido un premio del que ya no se enteró, y dejó un libro de cuentos, Ese modo que colma (su penúltimo libro publicado en vida), en el cual nos regala muestras de su arrojo prosístico, a un escritor ya maduro, en plena posesión de sus armas.
Leer a Sada no es una lectura fácil, pero reconfortante una vez adentrados en el barroquismo de su prosa, una prosa alimentada por los poetas del Siglo de Oro -momento en que la lengua castellana alcanzó su máximo esplendor gracias a Cervantes, Quevedo, Lope de Vega y otros-, así como de la lengua coloquial y regional, que le permitía jugar con arcaísmos mezclados con expresiones típicas de hoy. En novelas como Casi nunca, Albedrío y, sobre todo, Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (obra que es señalada por sus críticos como la máxima expresión de su técnica), el escritor nacido en Mexicali en 1953 y criado en el desierto norteño, retrata la condición humana en todos sus matices, sus contradicciones, perdiciones, y sinsabores. Y es que la prosa de Sada tiene el encanto de una tragicomedia, un encanto que explota en su cadencia, en la métrica de sus oraciones.
Ese modo que colma es un tomo de once cuentos en la que el lector puede encontrar ejemplos variados de las técnicas del autor, con historias mínimas, algunas anécdotas, que pueden servir como introducción a su poética. “El gusto por los bailes”, primer cuento del libro, es una narración en verso, que leída en voz alta, tiene la cadencia de un buen corrido trágico, y cuenta la historia de Rosita en un ambiente de chabacanería cristiana, y cómo la muchacha sortea las dificultades para darle placer a su gusto por bailar. Sin embargo, en “Un cúmulo de preocupaciones que se transforma” y “Atrás quedó lo disperso”, el tomo de cuentos adquiere otro sabor ya aderezado por el primero: el autor nos adentra en historias que colindan con el absurdo y lo fantástico. En el primero, un jubilado aburrido sale a dar un paseo, mientras un vendaval lo sorprende. El jubilado, al regresar a su casa, no encuentra a su mujer, por lo que recurre a su suegra para juntos buscarla. Se entabla entre ellos una relación de necesidad sexual, rechazada por la angustia de ambos, mientras un segundo vendaval sorprende al jubilado. Así mismo, en “Atrás quedó lo disperso”, un burócrata intenta dañar a su ex compañero de trabajo regalándole un libro maldito que ha sido la desgracia para otros que lo han leído, menos para el segundo. La tensión dramática existe sólo por el hecho de que el primero no logra su objetivo. En ambos, el lenguaje sadeano se presta para lo fantástico, abriendo y cerrando exclamaciones e interrogaciones en el momento justo. Así mismo, en “Crónica de una necesidad”, el tercer cuento, Sada aborda las contradicciones de vivir en estos modernos fraccionamientos donde familias antagónicas deben aprender a mezclar alegrías y penas en un mismo día.
Sin embargo, la prosa característica de Sada es más asertiva cuando coloca sus ficciones justo en la geografía mexicana que más conoce el autor, una geografía que hizo suya: el desierto. Es por ello que el par de cuentos “Un camino siempre recto” y “Ese modo que colma”, es donde la convivencia del arcaísmo («en ahína», expresión típica del autor que significa “fácilmente”), con el regionalismo (como llamar mueble a una camioneta) y las mentadas de madre detonan su característica propia. Y, agrego, es ahí donde la ficción sadeana adquiere profundidad. En “Un camino siempre recto”, que puede leerse como un homenaje a Rulfo, un cacique deja morir a un pequeño rancherío en medio de la nada, cuando su primo, el dueño del lugar, desaparece al matar a su empleado. Las serpientes se apoderan del rancherío justo cuando la criada, la viuda e hijos del empleado huyen del lugar. Ese “dejar a su suerte” es un rasgo particular de lo mexicano. Mientras que en el cuento que da el título al libro, “Ese modo que colma”, Sada nos transporta a un México anterior, cuando tres cabezas halladas en una hielera eran la máxima expresión del horror y suficientes para echar abajo una fiesta de narcos. En este cuento, que cierra el tomo, Sada se permite una lectura profética de la actualidad. El resto de los relatos discurren entre la comedia jocosa y la anécdota, entre lo absurdo y la realidad distorsionada por los caprichos de sus personajes.
De modo que este modo de Sada de narrar a México será una de las pocas apuestas que, me atrevo, sobrevivirá, muy superior a la avalancha de novelas “del narco” escritas con prisa y sin arte, sin música.
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