Explota, célula
Explota, célula, porque Esteban le cantó al oído, sólo para él, guitarra en mano. Le estuvo llamando toda la tarde, justo antes del anochecer. En el balcón del segundo piso de la preparatoria, le recordó a voz en cuello que le enseñaría los progresos de su práctica de la guitarra, un instrumento musical alejado de sus propias preferencias. Pero él, por un ciego instinto, no acudía al llamado de Esteban tan presto como otro, más audaz, lo hubiera hecho.
Meses pasados, entre horas del colegio, tareas y exámenes, Ulises fue presa de un entusiasmo impuesto por sus amigos: aullar canciones pop abusando de instrumentos desafinados. No pudo negarse a la propuesta de formar una banda musical. Durante su infancia Ulises tomó clases de teclado. Aprendió a distorsionar unas cuantas baladas clásicas, y su maestro de música era en especial hábil para atrofiar el poco buen oído que él pudiera tener. Aún así, logró dominar unos cuantos acordes, unos cuantos ritmos, y amenizar unas cuantas reuniones familiares durante la pubertad. Sin embargo, el desinterés lo habría de alejar del instrumento, un teclado Yamaha de modestas capacidades. Pero fue que, llegada a la madurez (o mejor dicho, habiendo adquirido rasgos de madurez), Ulises habría de aceptar que la música no le aseguraba ningún futuro. A pesar de todo, formar parte de una banda de música con sus amigos sería divertido. Y más si logrando armar alguna impúdica presentación con público David llegaría a prestar sus oídos para escuchar ese ruido adolescente que ellos llamaban música.
Pero David no llegaría, ni por asomo, a presentarse en un hipotético concierto de la banda juvenil de Ulises. Aunque éste lo ignorara, aquel no mostraba el más mínimo interés por él. Pero en la mente pre universitaria de Ulises otra era la posibilidad: que David fuera gay y que un día éste se le declararía sinceramente (lo conocía desde el primer día de la preparatoria; lo habían asignado a su salón, pero debido a un enigma administrativo lo transfirieron a la Clase 101, aunque se habrían de encontrar en el último semestre, coincidiendo en las clases del área técnica. David pretendía ser arquitecto, el otro ingeniero. Sin embargo, en esos tres años en el liceo, Ulises nunca pudo sobrepasar el pudor de tener que hablarle). De tal modo Ulises soñaba su propio sueño, tanto dormido como despierto, o interpretando canciones tanto de Luis Miguel como de Nirvana.
Así que explota, célula, porque aquella tarde Ulises no guardaba ningún repentino ni especial interés por calificar los progresos musicales de un iniciado, y menos en guitarra, de la cual no sabía nada. Y mucho menos sabía algo de quien lo buscaba con tanto afán: Esteban. De éste sólo recordaba que era novio de una amiga/compañera de aula, a quien había tratado de vez en cuando desde un par de meses atrás. Que era delgado, mozuelo, ojiverde, de rostro lampiño libre de acné (a diferencia de él) y que nunca, hasta esa tarde, se habría imaginado que podría sustituirlo por David cuando se masturbaba durante la ducha matinal.
Pero después de tanto ruego, y después de que, en un ahora libre de clases, Esteban se le había acercado para recordarle, otra vez, que le tocaría parte de una canción que estuvo toda la semana practicando.
¿Pero crees que podría entrar a la banda?, preguntó un Esteban entusiasmado.
Pues… podría ser, contestó Ulises con desánimo.
Pero que nadie nos vea, ¿vale?
Acudían ambos en aquellos días a clases extras por las tardes para reforzar todo aquello que aún les rebotara en sus púberes cerebros, con tal de aprobar un examen de admisión de alguna Universidad estatal. Ulises, con diecisiete años y contando los pocos días que aún le quedaban por vivir en esa ciudad de aprobar aquel futuro examen, aún tenía esperanzas de que David viera más allá de su reducida y patética burbuja de amistades privilegiadas. Lo de Ulises era todo un drama: acné, indiferencia y hormonas musicales.
Pues vamos a ese salón desocupado, dijo Ulises señalando la puerta abierta de un aula, en el extremo del edificio.
¡Espera! Voy por mi guitarra, contestó Esteban que pronto llegó al lugar que Ulises le había señalado.
Afinó las cuerdas, apretando aquí y aflojando allá. Tocó el círculo de Do y luego el círculo de Sol. Tragó saliva, y después de cinco minutos de preparaciones, y un gallo inicial, Esteban cantó no sin seguir desafinado:
Hay veces que no tengo ganas de verte
Hay veces que no quiero ni tocarte
Hay veces que quisiera ahogarte en un grito
Y olvidarme de esa imagen tuya,
Pero no me atrevooo…
Hay veces que no quiero ni tocarte
Hay veces que quisiera ahogarte en un grito
Y olvidarme de esa imagen tuya,
Pero no me atrevooo…
Hay veces que no dejo de soñarte
De acariciarte hasta que ya no pueda,
Hay veces que quisiera morir contigo
Y olvidarme de toda materia,
Pero no me atrevooo…
Explota, célula, por que la Fortuna llegó prestar a romper un par de tensas cuerdas de la guitarra de Esteban, lo que salvó a Ulises de calificar la interpretación y salir al fin con un:
Pues así va bien, hasta que lo salvó, por segunda vez, el llamado un tanto preocupado de Karen, la novia de Esteban: hora de irse, no llegó el de Historia, el último profesor del día.
Los días siguientes vivió Ulises recordando el extraño encuentro que tuvo con Esteban. ¿Qué habría querido decirle? ¿Por qué tanto interés en cantarle para él sólo, cuando los otros de la banda que tocaban guitarras lo hacían en grupo? Ulises nunca descubriría nada, hasta días después, en una tarde en la que se había reunido con sus amigos para ensayar alguna pieza musical digna de estropear.
Llega Esteban en bicicleta a casa donde practica la banda. Se acerca al garaje atiborrado de cables e instrumentos musicales. Saluda a todos, menos a Ulises. Después de la clásicas bromas entre compañeros (más bien groseras siendo ellos adolescentes en efervescencia sexual), ve Ulises que Esteban, el que le había cantado con tanto gusto guitarra en mano que no dejaba de soñarlo, se ha ido andando en bicicleta calle abajo, y sin despedirse de él, como lo hiciera con los demás.
Explota, célula, porque andando a su casa cargando el teclado Yamaha aquella letra cantada por Esteban habría de sonar en su memoria: ¿quisiera ahogarme en un grito, dejar de soñarme, morir conmigo? Tal vez lo he defraudado, acepta Ulises arrepentido.
Comentarios
Primero que nada, gracias por tu link a mi blog n____n Te lo agradezco muchísimo.
Parece que a los dos se nos ocurrió postear algo sobre la célula: tú una rola, yo una peli.
Salut!, buen Gustavo.