El vacío de la Biblioteca Nacional

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Han puesto sobre mis hombros, querido lector, una pesada losa de piedra vil. Al principio, cuando escuché la dislocación de mis húmeros, primero, y las de todas mis vértebras, después, tan adolorido quedé que no supe cómo reaccionar. Pero ahora reacciono, ahora que ha pasado más de un par de días, ahora que no puedo dormir, que no puedo terminar de leer un libro de ensayos, ensayos sobre la imaginación y el arte de imaginar, y, discutiendo sobre la belleza de un ostión, libros y novelas, de un tipo en especial, me han recorrido la mente, como en un desfile militar de alguna película, pero corriendo a 4x. Estas novelas, cuentos –claro, también los cuentos-, y libros de los que hablo son del género literario más marginado, y, horror, poco trabajo en México, porque acá, entre las novelas históricas y las novelitas del narcotráfico y las historias rosas, en la Biblioteca Nacional hay un hueco que, para acentuarlo, ha sido decorado con telarañas y heces de ratones que los años transcurridos van dejando: el vacío de no tener una tradición literaria dentro de la ciencia-ficción.
¿Quién habla del Bradbury jarocho? ¿De un K. Dick? ¿O de un Priest sonorense? ¿Dónde está el Silverberg de nuestras letras o el Lem nacional? ¿O siquiera el Bioy Casares michoacano? Al parecer, todos los novelistas y narradores están –qué lástima-, tan embriagados con los olores que despiden las bragas de nuestros héroes patrios que no pueden, ni han podido, escribir otra cosa que no sea las n veces que Pancho Villa cabalgó en su caballo.
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Quejas aparte, no puedo eludir mi responsabilidad. Soy narrador, y no sé de qué tipo. Tampoco sé cuáles son mis aspiraciones en concreto ni qué tipo de escritor me gustaría ser, pero lo que tengo presente, siempre, es cómo fueron mis inicios. Comencé en esto, claro está, con la febril obstinación de emular a los estándares narrativos de un Isaac Asimov. Lo leí con gusto y con admiración, tanto a él como a Stephen King. Aspiraba, en aquel tiempo, un tiempo tan remoto ya, a producir literatura dentro de aquel género: mezcla de ciencia y mezcla de poética. Escribí muchos cuentos, algunos cortos y algunos increíblemente largos. Guardo impresos algunos capítulos de una novela fallida, mezcla de saga familiar y mezcla de ciencia ficción, para la cual inventé un país, con pueblos y regiones también ficticios; y mientras la escribía guardaba en mente mi lectura a Un mundo feliz. Pero de eso mucho tiempo ha, y agradezco a quien me ha hecho responsable de llenar la infinita oquedad de nuestra Biblioteca Nacional las lecturas críticas y los llamamientos severos a corregir mi prosa y mis contenidos de aquellos primeros textos. Es decir, que es tiempo de retomar las riendas de la literatura de especulación.
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¿Podré? ¿Podré cumplir? ¿Y porqué hablo de cumplir? ¿No es mejor cruzarme de brazos y esperar a que el indicado nazca?
El principal obstáculo que me cuesta derribar es el perdido interés por la ciencia, y también por sus implicaciones. Aunque también, en últimas fechas, me cuesta imaginar, y ahí está el principal problema. Que producir ficción es imaginar, sobre todo,  y que eso solventa, en gran medida, con su adecuado uso, cualquier carencia que se tenga en cualquier rama. Tú lo sabes, me lo repito, cómo es el proceso: escribir una estructura narrativa, de momento. Perfilas personajes, situaciones, psicologías, intereses, etcétera, y después investigas sobre esto o sobre aquel tema. ¿No hacen lo mismo la mayoría? Supongo. ¿Era K. Dick un doctor en ciencias del MIT? No, por supuesto. ¿Y C. Clarke un Nobel de física? De ninguna forma. Los dos, claro está, sabían cómo ejercer el arte de imaginar. Tenían sus métodos, lo sé, y sus horarios que cumplían a cabalidad.
Pero yo, lo digo con tristeza, no tengo un método, ni un régimen ni horario que cumplir. He leído libros, algunos poemas, cuentos y ensayos que recuerdo, y que pueden servirme de aliciente, pero he tenido la mente, como suele decirse, vacía. Y esto, esto es sólo un pueril esfuerzo por derribar al peor fantasma que le puede aquejar a un aspirante: la página en blanco.
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Recuerdo la mayoría de novelas de ciencia ficción que he leído. Y las colecciones de cuentos. Ellos deben ser mi asidero, el punto de partida, ¿qué otra cosa sino? Pero, ay, creo que la cuestión principal, cuya respuesta estará en el limbo, es si podré cumplir con la misión que me han encomendado. Eso como primera instancia. Porque hay otra, más grave y más honda: ¿escribiré un cuento –de cualquier género- algunos de estos días?
eugenia
Portada del libro Eugenia: Esbozo novelesco de costumbres futuras (1919), del yucateco Eduardo Urzaiz Rodríguez, novela que, en opinión de Miguel Ángel Fernández, “hace alusión al proyecto de eugenesia gubernamental, en el que solamente pueden engendrar los hombres y mujeres que han sido elegidos reproductores oficiales.”

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