Ignatius y compañía
De las últimas novelas que he leído, los personajes están desempleados o no estudian o no tienen ninguna otra obligación que protagonizar una novela. Voy a configurar, o más bien, a tratar de configurar, no sin torpeza, la torpeza propia de los desempleados que llevan una vida ociosa, un listado de personajes que me hagan compañía, que la tienen fácil para encajar en la historia que sus narradores le han dotado. Debería comenzar por Dios, el de la Biblia. Él, después del trabajo arduo que debió significar, hasta para una mente poderosa, el crear el mundo y separar las tinieblas y hacer de una rabadilla humana masculina a otro semejante, se echó a dormir sobre sus laureles al séptimo de los días inventados por el mismo (desde entonces no se la visto por la oficina; cualquiera que lo vea tenga la amabilidad de avisarle que debe reanudar su actividad laboral). Una vez incluido a quien, por derecho de antigüedad, le correspondía la primera mención en esta corta lista, lista que acuciará mi escasa solvencia como rastreador de desempleados, prosigo con los otros personajes que, como yo, sólo están para protagonizar una historia.
Alonso Quijano. Dueño de una finca y de una renta de la cual solamente se presume, anciano de rostro enjuto, lector asiduo de novelas de caballerías, un día enloquece y decide abandonar hacienda, ama y cuidadora para dedicarse a recorrer el mundo para desfacer agravios, enderezar entuertos y propagar los actos justos y heroicos montado en un caballo tan seco en carnes como su dueño, acompañado por un montero lenguaraz e ingenuo. Sin ninguna otra obligación que permanecer loco, y de paso, enloquecer a los demás, todos aquellos con los que se va encontrando en su venturoso camino, siempre consigue lo que quiere, techo y comida, aunque sea a cambio de una tunda de porrazos.
Juan Preciado. Encomendado por su madre moribunda, llega a Comala para buscar a su padre, un tal Pedro Páramo. En su camino, casi próximo al pueblo, se encuentra con un arriero, quien le da señas sobre la comunidad y sus habitantes. En llegando, se dedica a entrevistar a los pocos pobladores, para que sólo conozca su trágico destino final. Aparte de la búsqueda del tiempo paterno perdido, una vez fallecido, Juan Preciado tiene una última actividad antes de que el páramo desolado que lo envuelve lo haga desvanecerse por completo: contarnos su trágica historia.
Jack Torrence. Él es un caso un tanto sospechoso, porque su autor le dedicó un trabajo un tanto cómodo, desde cierto punto de vista perverso, en donde, junto a su familia, tiene que dedicarse, por pocas horas al día, al cuidado y preservación del inmenso hotel Overlook. Escritor fracasado, loco y paranoico, padre de un niño, apenas y dedica sus horas libres para podar arbustos infernales o reparar el tejado, antes de que las tormentas de nieve hagan que parte de su trabajo se vaya, figurativamente, al diablo.
Dorian Grey. Lo único que tiene que hacer es cuidar de que alguien descubra el secreto de su eterna juventud, no sin antes cometer una serie de asesinatos y codearse con lo mejor de la sociedad victoriana del Siglo XIX.
La señora K. Atender al señor K, limpiar su casa con polvos magnéticos, y esperar la llegada de un guapo astronauta que la salve del aburrido matrimonio en que la cotidianidad de la vida marciana la ha envuelto.
Alex de Large. Recorre las calles con su banda de drugos violando ninfas desprotegidas y bebiendo leche con velocet o synthemesco o drencrom en el bar lácteo Korova, exprimiéndose los resudoques. Cuando lo apresa la policía, corre con la mala suerte de ser tomado como cobaya humano en un programa experimental para erradicar la violencia. Un auténtico vago. Un auténtico héroe.
David Bowman y Frank Poole. Se supone que están en la misión científica más importante jamás pensada por la humanidad, misión final que ellos mismo desconocen, pero lo único que sabemos que hacen es pasar las mortales horas que deben sortear de la Tierra a Júpiter jugando ajedrez en un pantalla plana, viendo las noticias lejanas, y ejercitándose con una caminata centrífuga alrededor de toda la cabina de la nave espacial. Todo se lo dejan a HAL 9000, la súper computadora.
Aquiles, el de los pies ligeros. Se embarca, junto a los aqueos y demás aliados de Agamenón y compañía, para recuperar a la pérfida Helena. En una rabieta, en donde uno de los átrida le quita a Aquiles su esclava Briseida, decide levantarse en huelga de armas caídas por tiempo indefinido, hasta que le pidan una verdadera disculpa. Mientras tanto, mientras que los troyanos comandados por Héctor despedazan al ejército aqueo, el divinal héroe quema sus días en las naves de muchos bancos recibiendo los cariños del cálido cuerpo de su amado Patroclo.
Sumire. Muchachita japonesa un tanto tímida, con pretensiones literarias y que tiene un único amigo hombre, el señor K, quien le aconseja sobre las novelas fracasadas que logra escribir. Vive sola en una casa con la renta que le manda su padre, decidida a perseguir su sueño. Un día conoce a una señora, de la que se enamora al instante. Juntas se fugan a Mikonos, donde beben piñas coladas y se bañan en top-less. Un buen día se le ocurre desaparecer de la faz de la Tierra, creándole angustias a su único amigo, el señor K. La vida de ella, síndrome de los tiempos modernos que corren.
Pampinea, Fiammetta, Filomena, Emilia, Lauretta, Neifila, Elisa, Pánfilo, Filostrato y Dioneo. Su autor no se contentó con un solo personaje vagabundo. Decidió que fueran más bien diez, aquellos desempleados que, para no aburrirse sobre manera, asaltan un palacio real abandonado en medio de una campiña italiana, en un país azotado por la peste. Se inventan un juego, en donde cada uno tiene que contar un cuento por día, en diez jornadas. En cada jornada debe haber un rey o reina; puesto que se va rotando en cada jornada, hasta que cada uno de ellos cuente diez historias cortas. Duermen en el palacio, comen como reyes, y cuando se les antoja, se asolean junto a un lago cercano.
Un padre y su hijo pequeño. Recorren carreteras desoladas, en medio de páramos desechos, devastados e inhóspitos, porque algo que desconocemos, se ha llevado al mundo al verdadero infierno. Se dedican a cuidarse de asaltadores furtivos, roban de casas abandonas la poca comida que puedan encontrar y llevan consigo un carrito de supermercado lleno de escasos víveres y pilas voltaicas, mientras que el padre, desde el primer momento, le promete a su hijo que en el sur, hacia donde él cree que se dirigen, está la salvación (tal vez más espiritual que material).
La Muerte. Se trata de la dama de la guadaña, la que nos asalta, como bien lo señala con maestría Javier Marías en su Mañana en la batalla piensa en mí, en cualquier lugar, en cualquier momento, la que –tal vez reclamando aquel séptimo día que nunca tuvo- decide dejar de trabajar justo en el cambio de año en un país desconocido, pero de los países que se rigen por cualquier tipo de monarquía, porque ésta, la que se ha puesto en huelga tan de repente, le causa pesares a la mismísima anciana madre moribunda y que, contra todo pronóstico, le sobreviene una no-muerte indefinida, como a cualquier otro habitante de ese país desconocido. Al final, nos enteramos que la pobre lo único que quería era unas vacaciones y un acompañante más cálido que fuera diferente a una hoja afilada de hierro.
Annie Wilkes. Enfermera enferma y jubilada. Y lectora constante de la saga de Misery, conjunto de novelitas rosas para cuarentonas desesperadas. Un día nevado, sin embargo, corre con la suerte de conocer a su escritor favorito, Paul Sheldon, el autor de los libros que adora, accidentado en su auto y con las piernas rotas. Y en toda la novela, sabemos cuánto se empeña Annie en demostrarle a Sheldon que tanto es su fan número uno, manteniéndolo postrado, y drogado, en una cama.
Alonso Quijano. Dueño de una finca y de una renta de la cual solamente se presume, anciano de rostro enjuto, lector asiduo de novelas de caballerías, un día enloquece y decide abandonar hacienda, ama y cuidadora para dedicarse a recorrer el mundo para desfacer agravios, enderezar entuertos y propagar los actos justos y heroicos montado en un caballo tan seco en carnes como su dueño, acompañado por un montero lenguaraz e ingenuo. Sin ninguna otra obligación que permanecer loco, y de paso, enloquecer a los demás, todos aquellos con los que se va encontrando en su venturoso camino, siempre consigue lo que quiere, techo y comida, aunque sea a cambio de una tunda de porrazos.
Juan Preciado. Encomendado por su madre moribunda, llega a Comala para buscar a su padre, un tal Pedro Páramo. En su camino, casi próximo al pueblo, se encuentra con un arriero, quien le da señas sobre la comunidad y sus habitantes. En llegando, se dedica a entrevistar a los pocos pobladores, para que sólo conozca su trágico destino final. Aparte de la búsqueda del tiempo paterno perdido, una vez fallecido, Juan Preciado tiene una última actividad antes de que el páramo desolado que lo envuelve lo haga desvanecerse por completo: contarnos su trágica historia.
Jack Torrence. Él es un caso un tanto sospechoso, porque su autor le dedicó un trabajo un tanto cómodo, desde cierto punto de vista perverso, en donde, junto a su familia, tiene que dedicarse, por pocas horas al día, al cuidado y preservación del inmenso hotel Overlook. Escritor fracasado, loco y paranoico, padre de un niño, apenas y dedica sus horas libres para podar arbustos infernales o reparar el tejado, antes de que las tormentas de nieve hagan que parte de su trabajo se vaya, figurativamente, al diablo.
Dorian Grey. Lo único que tiene que hacer es cuidar de que alguien descubra el secreto de su eterna juventud, no sin antes cometer una serie de asesinatos y codearse con lo mejor de la sociedad victoriana del Siglo XIX.
La señora K. Atender al señor K, limpiar su casa con polvos magnéticos, y esperar la llegada de un guapo astronauta que la salve del aburrido matrimonio en que la cotidianidad de la vida marciana la ha envuelto.
Alex de Large. Recorre las calles con su banda de drugos violando ninfas desprotegidas y bebiendo leche con velocet o synthemesco o drencrom en el bar lácteo Korova, exprimiéndose los resudoques. Cuando lo apresa la policía, corre con la mala suerte de ser tomado como cobaya humano en un programa experimental para erradicar la violencia. Un auténtico vago. Un auténtico héroe.
David Bowman y Frank Poole. Se supone que están en la misión científica más importante jamás pensada por la humanidad, misión final que ellos mismo desconocen, pero lo único que sabemos que hacen es pasar las mortales horas que deben sortear de la Tierra a Júpiter jugando ajedrez en un pantalla plana, viendo las noticias lejanas, y ejercitándose con una caminata centrífuga alrededor de toda la cabina de la nave espacial. Todo se lo dejan a HAL 9000, la súper computadora.
Aquiles, el de los pies ligeros. Se embarca, junto a los aqueos y demás aliados de Agamenón y compañía, para recuperar a la pérfida Helena. En una rabieta, en donde uno de los átrida le quita a Aquiles su esclava Briseida, decide levantarse en huelga de armas caídas por tiempo indefinido, hasta que le pidan una verdadera disculpa. Mientras tanto, mientras que los troyanos comandados por Héctor despedazan al ejército aqueo, el divinal héroe quema sus días en las naves de muchos bancos recibiendo los cariños del cálido cuerpo de su amado Patroclo.
Sumire. Muchachita japonesa un tanto tímida, con pretensiones literarias y que tiene un único amigo hombre, el señor K, quien le aconseja sobre las novelas fracasadas que logra escribir. Vive sola en una casa con la renta que le manda su padre, decidida a perseguir su sueño. Un día conoce a una señora, de la que se enamora al instante. Juntas se fugan a Mikonos, donde beben piñas coladas y se bañan en top-less. Un buen día se le ocurre desaparecer de la faz de la Tierra, creándole angustias a su único amigo, el señor K. La vida de ella, síndrome de los tiempos modernos que corren.
Pampinea, Fiammetta, Filomena, Emilia, Lauretta, Neifila, Elisa, Pánfilo, Filostrato y Dioneo. Su autor no se contentó con un solo personaje vagabundo. Decidió que fueran más bien diez, aquellos desempleados que, para no aburrirse sobre manera, asaltan un palacio real abandonado en medio de una campiña italiana, en un país azotado por la peste. Se inventan un juego, en donde cada uno tiene que contar un cuento por día, en diez jornadas. En cada jornada debe haber un rey o reina; puesto que se va rotando en cada jornada, hasta que cada uno de ellos cuente diez historias cortas. Duermen en el palacio, comen como reyes, y cuando se les antoja, se asolean junto a un lago cercano.
Un padre y su hijo pequeño. Recorren carreteras desoladas, en medio de páramos desechos, devastados e inhóspitos, porque algo que desconocemos, se ha llevado al mundo al verdadero infierno. Se dedican a cuidarse de asaltadores furtivos, roban de casas abandonas la poca comida que puedan encontrar y llevan consigo un carrito de supermercado lleno de escasos víveres y pilas voltaicas, mientras que el padre, desde el primer momento, le promete a su hijo que en el sur, hacia donde él cree que se dirigen, está la salvación (tal vez más espiritual que material).
La Muerte. Se trata de la dama de la guadaña, la que nos asalta, como bien lo señala con maestría Javier Marías en su Mañana en la batalla piensa en mí, en cualquier lugar, en cualquier momento, la que –tal vez reclamando aquel séptimo día que nunca tuvo- decide dejar de trabajar justo en el cambio de año en un país desconocido, pero de los países que se rigen por cualquier tipo de monarquía, porque ésta, la que se ha puesto en huelga tan de repente, le causa pesares a la mismísima anciana madre moribunda y que, contra todo pronóstico, le sobreviene una no-muerte indefinida, como a cualquier otro habitante de ese país desconocido. Al final, nos enteramos que la pobre lo único que quería era unas vacaciones y un acompañante más cálido que fuera diferente a una hoja afilada de hierro.
Annie Wilkes. Enfermera enferma y jubilada. Y lectora constante de la saga de Misery, conjunto de novelitas rosas para cuarentonas desesperadas. Un día nevado, sin embargo, corre con la suerte de conocer a su escritor favorito, Paul Sheldon, el autor de los libros que adora, accidentado en su auto y con las piernas rotas. Y en toda la novela, sabemos cuánto se empeña Annie en demostrarle a Sheldon que tanto es su fan número uno, manteniéndolo postrado, y drogado, en una cama.
Paul Sinclair. Vive con su esposa Jane en Edén-Olimpia, un complejo empresarial ubicado en la Riviera Francesa, cerca de Cannes, en donde ella ha sido contratada por una firma súper poderosa. Les asignan una casa dentro del complejo, donde antes se cometió un cruel asesinato. Pero Paul no puede mantenerse tranquilo flotando en la piscina de su casa esperando el regreso de Jane. Quiere investigar lo perverso del Edén, y lo que hay detrás del asesinato. Y lo que hay detrás del gradual cambio operado en su adorada Jane: sus únicas obligaciones en la vida.
Gustav von Aschenbach y Tadzio. Gustav, de oficio escritor, vivía en Múnich, hasta que un día, paseando por un parque, se topa con un tipo cuya apariencia le perturba su anodino y bien estructurado (y de paso aburrido) mundo. A las pocas páginas, decide irse de vacaciones a Venecia. En el hotel donde se hospeda se enamora de un muchachito afeminado, del que sólo llega a conocer su nombre. Su única ocupación, intentar llegar al corazón de Tadzio.
Héctor y su esposa. Matrimonio con un hijo de brazos. Viven en un país comunista (Cuba), en donde se raciona todo, incluidos los días para pasarla en las playas. Hasta que les otorgan seis días de estancia en el búngalo de una playa. Apenas se instalan, llegan también, al búngalo vecino, una anciana y su hijo guapo adolescente. Ella teme que el muchacho le robe a su Héctor. Tiene pesadillas, en las que nos relata la vida racionada en La Habana, y la pesadilla de vivir con un hombre que apenas la toca. Mientras que él se dedica, en esos seis días, a ignorar a su esposa e ir tras los pasos del púber del que se enamora. Para que los personajes no tengan ninguna otra distracción que no sea protagonizar, pues qué mejor que estén de vacaciones.
Fernando y Alexis. El primero es otro vacacionista, cuarentón o cincuentón, escritor o filólogo o lingüista, que regresa a Medellín después de un viaje o una estancia en Europa. Alexis es un hermoso efebo pubescente, o más bien, un ángel exterminador, un niño sicario. Juntos, hacen una perfecta pareja infernal cervantina, recorriendo las calles de una ciudad podrida, limpiándola de aquel indeseable prójimo próximo que sólo jode y quiebra y mata por igual.
Y además están también:
Holden Caulfield (The catcher in the Rye) no estudia; el barón de Cañabrava (La guerra del fin del mundo) está retirado de la política; Humbert Humbert (Lolita) está en su año sabático cuando se escapa con su Dolores Haze que tampoco estudia; Frédéric Moreau (L’éducation sentimentale), tras recibir una jugosa herencia de un tío muerto, se dedica a recibir su educación sentimental y nada más; Tooru Okada (Crónica del pájaro que da cuerda al mundo) decidió abandonar su trabajo y que su esposa lo mantuviera, y luego encuentra a unos desconocidos que le regalan millones de yenes; Papá Goriot (Pére Goriot) vive de sus rentas y dedicado a sus hijas malagradecidas; Henrik (El último encuentro) es rico; Edipo es rey (Edipo Rey); Don Pablos (Vida del buscón Don Pablos) de por sí es un vago; Ignatius Reilly (A Confederacy of Dunces) no trabaja, y cuando lo hace finge, aparte de vivir con su anciana madre; Pierre Bezujov (Guerra y paz) recibió una cuantiosa fortuna de su padre muerto.
El único que, además de protagonizar una novela, tiene que presentarse en la oficina todas las mañanas, es Josef K. (Der Process); y sorteando las obligaciones que el trabajo le impone, si eso no fuera suficiente, tiene que llevar encima un proceso jurídico fantasmal que lo acusa de algo. Y él hace esas dos cosas, trabajar y protagonizar. También Víctor Francés (Mañana en la batalla piensa en mí) tiene que trabajar y saldar sus deudas morales, a la par que desarrolla su propia historia. Pero los demás sienten muy cómodos estelarizando sus historias, sin ninguna otra obligación. Yo no estudio. Llevo meses desempleado. Y ya me estoy aburriendo.
Comentarios
Me encantó lo de jesús !
Estoy convencida de que los libros no se prestan , hace 30 años o mas presté uno " El retrato de Dorian Gay " y jamás volvió !